miércoles, 15 de mayo de 2013

Lyonesse y la leyenda del Rey Arturo

En los antiguos mitos que narran las aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda aparece el reino de Lyonesse. Es una misteriosa tierra sumergida donde se alzaba Camelot, la mítica ciudad del rey Arturo.
Cuando el día es claro y se disipan las brumas que habitualmente cubren los ásperos farallones del Fin del Mundo (así llaman los lugareños al extremo oeste de Cornualles, en la parte meridional de Inglaterra), se divisan a unos 30 kilómetros de distancia las diminutas islas Scilly, barridas por los poderosos vientos del Atlántico. Entre el rocoso archipiélago y tierra firme se extiende un mar poco profundo en cuyo fondo parejo la leyenda sitúa al antiguo y misterioso reino de Lyonesse. ¿Allí se alzaba Camelot, la feérica ciudad dorada del rey Arturo?
El rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda.
A mitad de camino entre el Fin del Mundo y las islas hay un conjunto de rocas, llamado “las siete piedras”, que delimitan un sector denominado “la vivienda” por los pescadores de la zona, donde éstos dicen haber extraído del agua trozos de puertas y ventanas. Estos restos serían la prueba de que la región estuvo emergida a principios de la era cristiana y que luego el mar la cubrió. Según una antigua tradición, cuando el agua avanzó, un caballero logró escapar al galope de su corcel (y el escudo de armas de la familia Trevelyan, apellido tradicional de Cornualles, es un caballo blanco saliendo del mar). Pero si bien parece posible que una extensa porción de tierra fuera cubierta totalmente por el mar, la relación entre ese hecho geológico y la inasible Lyonesse es bastante más imprecisa. Zona de mareas de enorme amplitud, el Fin del Mundo fue
identificado por el historiador William Carew, en 1602, como el lugar donde mil años antes había existido Lyonesse, el reino de los siluros de Camelot, gobernado por Arturo Pedragón. Un monarca bretón a quien la leyenda atribuye haber derrotado a los sajones y conquistado Escocia, Irlanda, Noruega, Dinamarca e Islandia hacia el año 530.
En los umbríos bosques de Cornualles, Arturo levantó la última fortaleza de la cultura celta en las islas Británicas y luchó contra los sajones hasta expulsarlos. Pero su poder fue minado por la traición de su esposa Ginebra, quien huyó con uno de los caballeros de la Mesa Redonda. Mientras perseguía a los fugitivos, Arturo cayó muerto en una emboscada tendida por sus enemigos sajones.
Ubicación
¿Leyenda o realidad? Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la existencia de Arturo, pero las narraciones y baladas de los trovadores de los siglos X y XI sinceraron la leyenda de los caballeros de la Mesa Redonda y sus hazañas. El hada Morgana, el mago Merlín, los héroes Lanzarote, Percival, Galahad, Tristán, y el mismo Arturo con su espada mágica de Excalibur, poblaron las fantásticas historias de caballería en el extenso y variado conjunto de cantos denominado Ciclo de Arturo o Ciclo de Bretaña.
El primero en transcribir estas leyendas fue Geoffrey de Monmouth en su Historia de Bretaña y en La vida de Merlín, escritas en el siglo XII. Posteriormente, el trovador Christian de Troyes escribió la Novela de Percival y hasta el siglo XIII se conocieron estas obras del mismo ciclo como Erec y Enide, Lancelote del lago y El caballero del león. En estas fabulosas narraciones épicas, y especialmente en Tristán de Lyonesse, ésta es la tierra natal del caballero andante enamorado de Isolda, esposa del rey Mark de Cornualles, pero los estudiosos actuales consideran que ese término es una deformación del nombre Loenois o Leonnis (actualmente Lothian), una región de Escocia de la cual sería originario Tristan. Así se instaló el equívoco, al cual aportó aún más confusión el poeta del siglo XIX Alfred Tennyson, cuando decidió ubicar la fantástica Camelot en la mítica tierra de Lyonesse. Autores alemanes como Gottfried von Strasburg, Hartmann von der Ane y Wolfram von Eschenbach aportaron nuevas versiones a la leyenda, que el músico Richard Wagner tomó como inspiración para componer su tetralogía, el ciclo operístico que narra la búsqueda del Santo Grial por los caballeros de la Mesa Redonda. Concebida originariamente como romántico símbolo del mundo céltico, la leyenda tomó otro camino y se transformó en creencia: Lyonesse iba a resurgir de las aguas y restauraría el antiguo poderío bretón. Pero, mientras tanto, empezó a formar parte de las visiones místicas de espiritistas y ocultistas. Desde el fondo de las aguas iban a resurgir el gigante del monte Saint Michael, el fantasma del temible jabalí Trvrch Trwyth, muerto por Arturo en arriesgada lucha y el mismo rey de los siluros, dormido en la isla de Avalon bajo la custodia de nueve hadas hasta el día de su resurrección, fecha de la terrible venganza bretona. Otra leyenda dice que Arturo fue transformado en cuervo, y que la venganza se cumplirá cuando vuelva a tomar forma humana.
La historia de Lyonesse se repite con características muy semejantes en la región francesa de Bretaña, también poblada antiguamente por los celtas. Allí, en la bahía de Douarnenez, cerca de la desembocadura del canal de la Mancha en el Atlántico estaría sumergida la antigua ciudad de Ker-Is. La leyenda dice que solo el rey Gradlon pudo escapar a la invasión de las aguas montado, como en Trevelyan, en un caballo blanco. Los historiadores presumen que los monjes de la abadía Saint Michel (construída en la costa francesa del canal de la Mancha, zona célebre por las extensas y veloces mareas) llevaron consigo la leyenda cuando fundaron otra abadía en una pequeña isla cercana a la costa de Cornualles.
¿Qué evidencias hay de la existencia de Lyonesse? Aunque en el siglo XVIII el historiador William Borlase dijo haber descubierto tapias de piedra sumergidas en las islas Scilly, los arqueólogos contemporáneos opinan que se tratan de antiguas trampas para peces, construidas de modo que quedaran cubiertas por la marea alta. La hipótesis de Borlase es refutada por los oceanógrafos, quienes señalan que para que se hubiesen hundido las tierras cercanas a las islas, el nivel del mar debió ascender 3,7 metros en menos de dos mil años. Los estudios sobre movimientos tectónicos en la costa británica desmienten tales cifras.

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