Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciación sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar comúnmente cuando, en cualquier conferencia o reunión de interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?
Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo, atadura, mal… Todos términos populares que podríamos reducir en el de “ataque psíquico”, definible como la posibilidad que, consciente (ya sea a través de un “ritual” o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas, se ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas, espirituales, emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo de individuos.
Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de “agresiones psíquicas”. Empero, un simple –y terrible- razonamiento nos llevará a advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse científicamente.Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fenómenos paranormales: la telekinesia y la telepatía.
De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos inanimados por acción de la mente”.La telekinesia tiene, además, dos aspectos particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea más entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por ciento más que la “abandonada”), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su represión- de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del “hábeas” académico respetado hoy en día.
Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicación en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicación, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda corrección denominar como un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?
¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energía “hiloclásticamente” sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria? ¿No moriría la misma por ese aneurisma?
Y en el campo del “daño” sembrado voluntariamente, la repetición de un ritual (sea éste ocultista. O una maldición gitana, o una oración pseudorreligiosa, en fin, cualquier intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsión negativa sea “sembrada” en el área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas? Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que “X se pelee con Z”, la emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar” los verdaderos sentimientos y pensamientos de “X” quien, al encontrarse con “Z”, y al sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.
En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto, destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.
Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis más poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energéticas) que de lo ritualístico o litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en serie en una cadena de muñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aquél que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra toda su atención para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino también su potencialidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana “envidia” es una forma velada de ataque psíquico.
En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestros cursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la “fuerza interior” posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: después de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.