Cuenta la leyenda que un camionero
llamado Ignacio Velázquez avanzaba a gran velocidad con su tráiler por
una zona montañosa. Aunque habitualmente era muy precavido y un gran conductor, la noticia de que su mujer estaba a punto de dar a luz le había obligado
a saltarse las precauciones que normalmente tomaba mientras conducía.
Sabía que debía llegar lo más rápidamente posible para entregar un
dinero que era necesario para que asistieran el parto de su esposa, por
lo que no dudó ni un instante en arriesgar su vida entre abismos y zonas
rocosas para llegar lo antes posible. Era un cantidad de dinero muy
grande porque sumaba el total de dos meses de trabajo y la venta de una
finca que recientemente había heredado.
Cuando faltaban pocos kilómetros para el
desvío que le llevaría junto a su esposa y el primer hijo que ésta
alumbraría, su camión perdió el control y salió de la carretera. El
impacto contra las rocas fue brutal, pero Ignacio consiguió salir del vehículo
sin un solo rasguño. Aturdido por la situación y sin saber muy bien qué
hacer, intentó que algún coche le llevara hasta su mujer, pero era un
carretera poco transitada y tras varios minutos no pasó ningún otro vehículo. Decidido a llegar junto a los que quería de una forma u otra, comenzó a caminar en dirección
a su destino; anduvo por aquella carretera varios kilómetros, pero por
alguna extraña razón parecía no avanzar y, cuanto más se alejaba del
lugar del accidente, más oscuro se volvía todo. Desesperado por la
situación decidió sentarse en una roca, aunque no se sentía cansado, mas
estaba tan confundido que necesitaba hacer una pausa, y cual fue su
sorpresa que, al mirar hacia atrás buscando algún coche para hacer
autostop, encontró a su camión estrellado contra las rocas. Era como si
no hubiera caminado ni diez metros a pesar de todo su esfuerzo, como si
estuviera atado a aquel lugar y le fuera imposible escapar. Se había
convertido en un alma en pena atado a este mundo
Sin embargo el deseo de Ignacio por ayudar a su familia era tan fuerte que ni la muerte le podía impedir que cumpliera con la promesa que le había hecho a su mujer de que llegaría con el dinero. Para él, el tiempo no transcurría a la misma velocidad que para nosotros y cada día era como si volviera a comenzar y no pudiera comprender que la vida seguía su curso normal, cada día empezaba con la misma angustia por no poder ayudar a los que amaba ni despedirse de ellos.
Sin embargo el deseo de Ignacio por ayudar a su familia era tan fuerte que ni la muerte le podía impedir que cumpliera con la promesa que le había hecho a su mujer de que llegaría con el dinero. Para él, el tiempo no transcurría a la misma velocidad que para nosotros y cada día era como si volviera a comenzar y no pudiera comprender que la vida seguía su curso normal, cada día empezaba con la misma angustia por no poder ayudar a los que amaba ni despedirse de ellos.
Con el tiempo y casi sin darse cuenta,
su espíritu se volvía cada vez mas fuerte, incluso corpóreo, hasta que
llegó un momento en el que pudo aparecerse a los conductores que
viajaban por esa vía a la misma hora en que él falleció en el accidente
con su camión. La mayoría de conductores, asustados, aceleraban el paso o
le ignoraban. Hasta que un día…
Una noche un joven llamado Daniel
circulaba a altas horas de la madrugada por la carretera, cuando
vislumbró a un hombre a un lado de la calzada que parecía haber salido
de la nada. Pensando que hacía autostop detuvo su coche y bajó la
ventanilla.
-Buenas, señor ¿a dónde va?
-Amigo, necesito ayuda, mi nombre es Ignacio Velázquez y mi mujer está a punto de dar a luz. Mi camión se ha salido de la calzada, no puedo dejarlo aquí con toda la carga (mintió el fantasma para no desvelar que estaba ligado a aquel lugar), pero es de vital importancia que mi mujer reciba este sobre con dinero para que atiendan su parto y las necesidades del niño. Esta es la dirección dónde vivimos, una matrona se encuentra con ellos- le dijo mientras le ofrecía un papel con una dirección anotada y un sobre bastante abultado lleno de dinero.
-Amigo, necesito ayuda, mi nombre es Ignacio Velázquez y mi mujer está a punto de dar a luz. Mi camión se ha salido de la calzada, no puedo dejarlo aquí con toda la carga (mintió el fantasma para no desvelar que estaba ligado a aquel lugar), pero es de vital importancia que mi mujer reciba este sobre con dinero para que atiendan su parto y las necesidades del niño. Esta es la dirección dónde vivimos, una matrona se encuentra con ellos- le dijo mientras le ofrecía un papel con una dirección anotada y un sobre bastante abultado lleno de dinero.
Daniel no veía el camión que parecía
señarlarle el hombre, pero sintió al mirarle a los ojos que era un
hombre bondadoso y desesperado que realmente necesitaba su ayuda. Había
algo extraño en él, como si por alguna razón sus ojos no pudieran
enfocarle y le viera borroso, pero no le dio mayor importancia y lo
atribuyó a su cansancio y a que llevaba mas de una hora con la mirada
fija en la carretera y concentrado para evitar salirse de la calzada en
alguno de los peligrosos abismos.
Alargó su mano para recoger el sobre y la dirección
y de forma casual rozó la mano de Ignacio. Un escalofrío subió por su
brazo hasta su espalda, un frío tan intenso que le hizo estremecerse.
Quedó paralizado, y ante la atenta mirada de Ignacio, bajó la vista para
leer la nota y vio que estaba a pocos kilómetros y no le desviaba mucho
de su camino, levantó la cabeza nuevamente para confirmar al hombre que
cumpliría con su cometido. Pero éste parecía haber desaparecido, miró a
un lado y al otro pero no había rastro de él ni de su camión. Se había
esfumado con tan rápidamente como había aparecido.
Daniel era una buena persona y a pesar
de lo extraño de la situación no dudó en ayudar a aquel buen hombre y a
su mujer que sin duda necesitaría aquel dinero. Habían transcurrido un
par de horas y había empezado a amanecer cuando llegó a la casa de
Ignacio y su mujer, no conocía el pueblo y las indicaciones no eran tan claras como pensó inicialmente. Llamó a la puerta pero nadie le abría. Una vecina, viendo su insistencia mientras golpeaba la puerta, le dijo que ya nadie vivía allí.
- Allí no vive nadie ya, si busca a doña Matilde (el nombre de la mujer de Ignacio), se cambió de casa hace tiempo.
Aquello era realmente raro, pero Daniel
era un hombre de principios y estaba decidido a hacer todo lo que
estuviera en su mano para ayudar. Pidió la nueva dirección a la vecina y, aunque estaba en la otra punta de la ciudad, no dudó en acercarse para entregar el sobre. Una hora después llegó a la nueva dirección y llamó a la puerta.
- Buenos días ¿está doña Matilde?-dijo pensando que quien le abrió la puerta sería la matrona.
- Buenos días, sí soy yo, ¿qué desea?
- Me envía su marido con este sobre con dinero para atender su parto, pero debe haber un error porque obviamente usted se encuentra en perfecto estado.
- Eso es imposible, mi marido falleció en un accidente de tráfico el día que nació mi pequeñín.
- Buenos días, sí soy yo, ¿qué desea?
- Me envía su marido con este sobre con dinero para atender su parto, pero debe haber un error porque obviamente usted se encuentra en perfecto estado.
- Eso es imposible, mi marido falleció en un accidente de tráfico el día que nació mi pequeñín.
Pudo ver a un niño de unos cinco años
jugando en el suelo detrás de doña Matilde. Daniel estaba confundido,
pero algo en su interior le decía que era el lugar y la persona
correcta, por lo que extendió su mano y le entregó el sobre sin hacer
más preguntas. La mujer abrió el sobre y estalló en lágrimas cuando
encontró junto al dinero una nota escrita a mano por su marido que le
decía:
“No he faltado a mi promesa, aquí está el dinero, siempre estaré con vosotros. Os quiero”
Daniel estaba tan aturdido por la situación que se derrumbó en el asiento
de su coche y empezó a pensar en lo sucedido: la extraña forma de
aparecer en la calzada, su mano tan fría como el hielo, como desapareció
en un instante. Era todo tan siniestro que debería estar muerto de
miedo… Pero no era así, sentía una gran paz y la sensación de haber
hecho lo correcto. Recostó su cabeza en el respaldo del asiento e instintivamente miró por el espejo retrovisor.
Reflejado en él estaba Ignacio, que le sonreía y le daba las gracias. Daniel dio un salto en su asiento y se giró para mirar tras su vehículo
en el lugar que debiera estar el hombre que se reflejaba. Pero allí no
había nadie, miró nuevamente al espejo, pero todo rastro de aquel buen
hombre había desaparecido.
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