Vanessa, es una joven de Gijón que estudia Terapia
ocupacional en la Universidad de Talavera. Junto con otras dos chicas
alquiló un piso en la calle de los Templarios para que los gastos fueran
menores.
Durante el segundo curso, Vanessa suspendió dos asignaturas y sus padres le enviaron el mes
de agosto para estudiar. Una noche de verano en la que estaba sola,
cuatro golpes secos sonaron a su puerta. Vanessa creyó que se trataba de
algún amigo con el que salir a tomarse una copa, pero se trataba de una
niña de alrededor de siete años.
La niña, de hermosos tirabuzones rubios y
grandes ojos castaños miró a Vanessa y le dijo que se había perdido.
Vanessa le dejó entrar, le preparó un vaso de leche y le dijo que iban a
ir a la policía. Verónica le rogó que no lo hiciera esa noche pues
tenía mucho sueño y quería dormir. Vanessa accedió y le preparó la cama.
Por la mañana temprano cuando Vanessa iba a llevarla a la policía,
entró en el cuarto y vio que la niña, llamada Verónica, no estaba.
Un año después en idéntica situación, la niña volvió a aparecer. Parecía que no había crecido nada. De nuevo Vanessa le preparó la cena y le dejó dormir pero al día siguiente Verónica volvió a desaparecer sin dejar rastro. Vanessa fue a la policía y dio todos los datos de la chiquilla pero no se habían producido denuncias ni nadie había reclamado una desaparición. Tras dar muchas vueltas, Vanessa llegó al Hospital de San Prudencio. Un hospicio para niños y niñas huérfanos. Allí la madre Sonsoles, le explicó que no tenían ninguna niña de esas características. Justo cuando se disponía a salir Vanessa del lugar, otra monja llegó con un calendario de dos cursos atrás. Allí estaba la foto de Verónica, tal y como Vanessa le había visto. – Sí ¡es ella! – gritó. Las dos monjas se miraron extrañadas – Verónica murió hace dos años.
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