Una chica se queda a dormir en la casa
de su amiga después del colegio, entre juegos y risas acaban contando
historias de terror por lo que ambas se van a dormir bastante asustadas.
Las dos se acuestan en la misma habitación aunque lo hacen en camas
separadas porque la hermana de una de ellas había fallecido el año
pasado en un trágico accidente doméstico y la cama quedaba libre.
Mientras tratan de conciliar el sueño
comienza una tormenta y entre el miedo que les ha producido contarse
historias de miedo y los truenos que empiezan a sonar, ninguna de las
dos puede dormirse. Cuando el sonido de la tormenta se hace más intenso
ambas empiezan a temblar de miedo y una de ellas asustada le dice a la
otra:
“Dame la mano”
Ambas estiran sus brazos desde sus camas
para consolarse y protegerse la una a la otra, mientras se dan la mano
su miedo parece desvanecerse por lo que finalmente a altas horas de la
noche ambas se quedan dormidas.
A la mañana siguiente se despiertan con total normalidad, el día parecía haber aclarado por lo que deciden salir a jugar al
jardín de casa. Pero antes la madre les prepara un desayuno que ambas
comparten mientras recuerdan el susto que pasaron la noche anterior.
“Menos mal que me diste la mano anoche, me moría de miedo” – dijo una de ellas.
“Gracias a ti amiga, yo estaba tan asustada como tú”
La madre que escucha
la conversación les pregunta si han movido las camas, ya que están muy
separadas la una de la otra y sería imposible que sus cortos bracitos se
alargaran tanto como para que se pudieran dar la mano estando
acostadas.
Las dos amigas confundidas vuelven a la habitación y prueban a darse la mano nuevamente
estando tumbadas. A ambas les recorrió un escalofrío por la espina
dorsal al comprobar que sus manos quedaban a casi un metro de distancia
con los brazos totalmente estirados.
Parece que esa noche no sólo los vivos tenían miedo.
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