Con apenas 20 años, Guilles de Laval,
barón de Rais, era ya un joven de atractiva elegancia y sorprendente
belleza. Había recibido una esmerada formación intelectual y militar que
lo llevÓ a tomar lugar a lado de Juana de Arco como primer teniente a
favor de su amigo el rey Carlos VII. Sirvió con tal distinción en las
distintas batallas de la época, que fue recompensado con el título de
Mariscal de Francia.
La suerte le seguía sonriendo desde su venida al mundo en 1404.
Descendía de una de las familias más
ricas y poderosas de Francia, y a los 11 años había heredado una de las
mayores fortunas del país, que se había incrementado tras casarse a los
16, con su prima e inmensamente rica, Catalina de Thouars.
Por aquel entonces su vida transcurría
con total normalidad, incluso acababa de ser padre de una niña y era uno
de los nobles más ricos de Europa. No obstante su conducta cambiaría
tras la captura de su protegida Juana de Arco. El joven Mariscal trató
de salvarla con una obstinación casi obsesiva, pero de poco le iba a
servir, pues Juana acabaría siendo quemada en la hoguera.
Tras el duro shock de haber perdido a la
mujer que idolatraba en secreto, Guilles se separó de su esposa y se
encerró en su castillo de Rais, negándose a tener contactos sexuales con
ninguna mujer. Entonces comenzó una insólita carrera de crímenes y
sacrilegios contra la Iglesia, pues trataba de desafiar a Dios por haber
permitido que Juana de Arco fuese torturada y quemada.
Para
divertirse, ordenaba que se organizasen en sus múltiples castillos
lujosísimas fiestas y representaciones teatrales que eran conocidas en
toda Europa, pero sus excesivos gastos pronto empezaron a menguar su
fortuna y se vio obligado a vender varias de sus propiedades.
Preocupado por tales pérdidas, el barón
de Rais se fue aficionando a la Alquimia e hizo que se instalase un
laboratorio en un ala del castillo, donde trabajaba sin apenas dormir
ayudado por alquimistas y magos importados de toda Europa a la búsqueda
de la piedra filosofal, capaz, según la tradición esotérica, de
transformar los metales en oro.
Al cabo de cierto tiempo, su sueño de
oro no acababa de madurar, todo lo contrario, los Alquimistas y magos le
costaban una fortuna que lo iba arruinando más y más, hasta que
desengañado despidió a la gran mayoría. Los pocos que quedaron a su
mando no tardaron en persuadirlo que solo con la ayuda del Diablo podría
conseguir el oro que necesitaba.
(Algunas de sus numerosas biografías,
cuentan que Guilles de Rais, llamado Barba Azul, habría hecho testamento
legando parte de sus bienes a Satanás, pero reservándose su vida y su
alma, según la leyenda. En las escrituras del castillo, figura como
titular el mismo Diablo).
Los historiadores opinan que su primer
crimen fue cometido con el propósito de realizar un pacto con éste para
lograr sus favores. Pero tras haber cortado las muñecas a la víctima,
haberle sacado el corazón, los ojos y la sangre, ni se apareció el
Diablo ni logró transformar el metal en oro. Lo único que habría
logrado, sería el haber descubierto su pasión secreta: la tortura, la
violación y el asesinato de niños.
Este personaje sentía una predilección
malsana por los niños y los adolescentes, hasta el punto de que se le
atribuyó nada menos que la muerte de 200, tal vez más...
A partir del verano de 1438 comenzaron a
desaparecer algunos muchachos de la misma ciudad de Nantes, de los
pueblos de los alrededores, y la mayor parte, ocurrían cerca de la
mansión del barón de Rais. También hacía entrar en su castillo a algunos
de los niños mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo, que
eran retenidos contra su voluntad por sus servidores, violados y
desmembrados posteriormente. La sangre y otros restos se conservaban
para propósitos mágicos.
El
mismo Guilles contó en alguna ocasión como disfrutaba visitando la sala
donde los chicos eran a veces colgados de unos ganchos. Al escuchar las
súplicas de alguno de ellos y ver sus contorsiones, Guilles fingía
horror, le cortaba las cuerdas, le cogía tiernamente en sus brazos y les
secaba las lágrimas reconfortándole. Luego, una vez se había ganado la
confianza del muchacho, sacaba un cuchillo y le segaba la garganta, tras
lo cual violaba el cadáver.
En una ocasión se acercó a un niño que
había elegido previamente y lo llevó al gran lecho que ocupaba el fondo
de la sala de "torturas". Después de algunas caricias, tomó una daga que
colgaba de su cintura, y riendo a carcajadas cortó la vena del cuello
del desdichado. Frente a la sangre que brotaba y al cuerpo que se
convulsionaba el barón se puso como loco. Arrancó las vestimentas del
moribundo, tomó su propio miembro y lo frotó en el vientre del niño, que
dos de sus cómplices sostenían porque éste estaba sin conocimiento.
Cuando por fin salió el esperma, tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una
espada y de un golpe cortó la cabeza de la víctima. Guilles en pleno
éxtasis se tumbó sobre el cuerpo decapitado, introdujo su miembro entre
las piernas rígidas del cadáver, gritando y llorando hasta un nuevo
orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la
sangre. Luego ordenó que quemasen el cuerpo y conservasen la cabeza
hasta el día siguiente. En ese mismo suelo, desnudo y manchado de sangre
se habría quedado dormido.
(Se dice que Guilles tras la comisión de
los crímenes de vampirismo y necrofilia caía en un pesado sueño, casi
en coma, hecho que se produce en otros asesinos vampiricos y necrofilios
que también después de atacar a los cadáveres, como es el caso de Henri
Blot).
A la mañana siguiente no quedaba huella
del asesinato que se había cometido un día antes, pues los cómplices de
Guilles limpiaron todo. Pidió que trajeran la cabeza y ante esta, se
arrodillo bañado en lágrimas y prometió reformarse. Acerco sus labios a
la cabeza, la beso largamente y se fue a su cama llevándola consigo y
diciéndole que muy pronto se reuniría con otras cabezas tan bellas como
ella...
Uno de los mayores placeres de Guilles
era tener las cabezas decapitadas ante su vista. Luego llamaba a un
artista de su séquito, el cual ondulaba exquisitamente el cabello del
niño, le enrojecía los labios y las mejillas hasta darle un aspecto de
belleza impresionante.
Cuando tenía bastantes cabezas cortadas,
celebraba una especie de concursos de belleza, en el cual sus amigos e
invitados votaban sobre cual era la más bella. La cabeza "ganadora" era
dedicada a un uso necrofílico.
Tras las numerosas desapariciones de
niños, poco a poco las sospechas se fueron tornando hacia la persona del
barón, pero nadie se atrevía a acusarle, pues aunque más empobrecido
seguía siendo un personaje muy poderoso, y sus víctimas en cambio, solo
eran gente muy humilde. Por otro lado, los proveedores no cesaban de
amenazar a los padres que reclamaban a sus hijos desaparecidos, y en
todas partes se hacía el silencio.
A principios de 1440, llegaron los
rumores hasta la corte del duque de Bretaña, quien ordenó abrir una
investigación sobre los secuestros y la posible implicación del barón de
Rais.
El 13 de septiembre fue detenido en el
pueblo de Machecoul por un grupo de soldados, quienes hallaron en su
propiedad los cuerpos despedazados de 50 adolescentes. El duque de
Bretaña le hizo compadecer ante la justicia acusado de haber asesinado
entre 140 y 200 niños en prácticas diabólicas.
Se le infligieron todo tipo de torturas
para obligarle a confesar sus crímenes, que se obstinaba a negar pese a
las evidencias, pero fue solo la amenaza de la excomunión lo que lo
indujo a hacerlo detalladamente.
Gilles de Rais
En octubre, Guilles aceptó voluntariamente todos los cargos que se le imputaban y confesó que había disfrutado mucho con su vicio, a veces cortando el mismo la cabeza de un niño con una daga o un cuchillo, y otras golpeando a los jóvenes hasta la muerte con un palo y besando voluptuosamente los cuerpos muertos, deleitándose sobre aquellos que tenían las cabezas más bellas y los miembros más atractivos. Afirmó ante los magistrados que su mayor placer era sentarse en sus estómagos y ver como agonizaban lentamente, y que en los cargos que se le imputaban no había intervenido mas que él, ni había obrado bajo la influencia de otras personas, sino que siguió el dictado de su propia imaginación con el único fin de procurarse placer y deleites carnales.
En octubre, Guilles aceptó voluntariamente todos los cargos que se le imputaban y confesó que había disfrutado mucho con su vicio, a veces cortando el mismo la cabeza de un niño con una daga o un cuchillo, y otras golpeando a los jóvenes hasta la muerte con un palo y besando voluptuosamente los cuerpos muertos, deleitándose sobre aquellos que tenían las cabezas más bellas y los miembros más atractivos. Afirmó ante los magistrados que su mayor placer era sentarse en sus estómagos y ver como agonizaban lentamente, y que en los cargos que se le imputaban no había intervenido mas que él, ni había obrado bajo la influencia de otras personas, sino que siguió el dictado de su propia imaginación con el único fin de procurarse placer y deleites carnales.
Al amanecer del 26 de octubre fue
llevado a un descampado junto dos de sus más destacados cómplices para
ser ahorcado y quemado en la hoguera. En el patíbulo manifestó
públicamente su arrepentimiento, instando a otros los presentes a no
seguir su ejemplo y pidiendo humildemente perdón a los padres de las
victimas. Murió aferrándose desesperadamente a su fe cristiana.
Accediendo a las súplicas de algunos de
sus parientes, el cuerpo, parcialmente quemado, fue retirado de la
hoguera y enterrado en una iglesia de las carmelitas en Nantes. Sus
bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la
Iglesia.
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