Allí dos visitantes: Frank Dorland, anticuario, y Richard Gardin, escritor, depositan sobre una mesa iluminada un objeto que llena de estupor a los científicos que se han agrupado a su alrededor. Para estos expertos en cristalografía lo que ven es algo fascinante y misterioso que no vacilan en catalogarlo como insólito.
En la mesa refulge con centelleante brillo multicolor una calavera de cristal, tallada en duro y transparente cuarzo con tal perfección técnica que es casi imposible creer que tuvo su origen hace más de 12.000 (doce mil) años en alguna parte de América Central, muy probablemente en lo que hoy se conoce como Honduras Británica.
Todos permanecen inmóviles, silenciosos, transfigurados por el mágico efluvio que emana la calavera, mientras una luz naranja y azulada baila un fantástico ballet en las profundas cuencas de los ojos. De repente se abre una puerta y alguien enciende frías e impersonales luces fluorescentes, el encantamiento queda roto y los científicos, algo azorados, se disponen a preparar todo para medir, fotografiar y, si es posible, descifrar el enigma de la calavera de cristal.
La conocida como Calavera del Destino (Skull of Doom), un verdadero objeto de arte cuya perfección y autenticidad nadie discute, ha permanecido desde 1972 en la bóveda de una sucursal del Banco de América en un suburbio de San Francisco, llamado Mealvalley.
Fue depositada allí por Anna Mitchell-Hedges, hija adoptiva del famoso explorador inglés F. A. Mitchell-Hedges, siendo ella misma quien la encontró mientras exploraba con su padre en las ruinas de una antiquísima ciudad maya, en lo que hoy se conoce como Honduras Británica en Centroamérica. Poco se sabe de la historia precolombina de esta zona que limita con México y Guatemala, pero las numerosas ruinas halladas indican que fue poblada y colonizada por esa raza misteriosa y supercivilizada: los MAYAS.
En 1924, Mitchell-Hedges comenzó allí sus excavaciones tras la pista de una supuesta ciudad perdida; después de muchos meses de agotadora exploración dieron con las ruinas de una opulenta ciudad a la cual llamaron LUBAANTUN, frase maya que significa “ciudad de las piedras caídas”. Para 1926 comenzaron las excavaciones y limpieza de la ciudad, la cual cubría un área de 6 millas cuadradas y en cuyo centro se erigían pirámides, terrazas, murallas, cámaras subterráneas, así como un estupendo anfiteatro con capacidad para 10.000 personas.
Mitchell-Hedges recordó que Lubaantun era la más grande estructura aborigen hasta entonces encontrada en el continente americano. Fue allí mientras hurgaban las ruinas de un templo tratando de mover una pesada pared que había caído sobre el altar, que Anna, la hija del explorador, vio algo que brillaba en un nicho cubierto de polvo. Era la increíble calavera de cristal y no había dudas de que tenía siglos enterrada allí tras el altar; una vez que se la limpió de polvo y la grima acumulados, comprobaron que su perfección era total aunque le faltaba la mandíbula. Ésta, por cierto y milagrosamente, fue hallada intacta tres meses después, tras una intensa búsqueda. Había sido cuidadosamente enterrada en otro nicho a menos de 20 metros de distancia del primero. Comenzaba así la cuidadosa y controvertida historia de este fascinante objeto de cristal cuyos orígenes así como la identidad de aquellos que la esculpieron en forma tan perfecta continúan hoy en día envueltos en el más profundo de los misterios.
Es importante mencionar que la calavera ha sido identificada como maya sólo porque fue encontrada en ese territorio, pero Dorland y otros científicos opinan que su antigüedad es mucho mayor que la del enigmático imperio maya, y evidentemente, su perfección anatómica, acabado y pulimento parecen ser producto de una civilización infinitamente más técnica y refinada que la maya. Algunos han sugerido a la Antigua Babilonia y a Egipto, otros considerando la veneración por la calavera tanto de mayas como aztecas, afirman que este duro pedazo de cristal de cuarzo fue obsequiado a estos por semidioses que vinieron del espacio, exploradores extragalácticos y en verdad, sólo así tendría explicación el alarde técnico que significó tallar ese cráneo con tal perfección.
Desde su descubrimiento en las ruinas mayas, en lo más profundo de la selva de Honduras Británica, este enigmático objeto ha sido centro de controversias, polémicas y fantásticas especulaciones. Su actual dueña Anna Mitchell-Hedges, hija del famoso explorador británico que descubrió las ruinas, ha contribuido a dar un aura de misterio a la calavera al declarar: “lamento no haberla enterrado con mi padre como él quería. Este objeto ceremonial tiene sin duda un tremendo potencial místico, y de caer en manos inescrupulosas podría convertirse en un poderoso instrumento para el mal”.
Richard Gardin, en su brillante libro dedicado al hallazgo y subsiguiente estudio de la calavera dice lo siguiente: “la pieza es una obra maestra de escultura realista, y es casi increíble que haya sido creada sin la ayuda de herramientas modernas de precisión, por ejemplo: los arcos de huesos que se extienden a lo largo de la frente, y a los lados de las calaveras humanas están diseñados en la de cristal en forma tal que actúan como tubos de luz para canalizar rayos lumínicos desde la base del cráneo hasta las cuencas de los ojos, allí terminan en lentes cóncavos en miniatura que enfocan el rayo de luz hacia la parte posterior de los orificios utilizando principios sorprendentes similares a los de la óptica moderna. Algo más incomprensible y misterioso son los prismas y lentes dentro del cristal, los cuales recogen rayos de luz transmitiéndolos directamente a los arcos ciliares. Por lo tanto si a la calavera se le coloca una fuente de luz por debajo, el efecto es aterrador y sorprendente, pues se ilumina con brillo fantasmal”.
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