Parecía que la casa se iba a derrumbar en cualquier momento. La tormenta era
terriblemente intensa.
Estallaba un rayo y al instante otro. La noche se
iluminaba con aquellos fuegos ensordecedores, y las paredes de la vivienda
temblaban, y un chaparrón estruendoso golpeaba contra el techo con mucha
fuerza. Las luces blancas de los relámpagos entraban al cuarto donde me
hallaba, y al venir desde distintos puntos del cielo, cada una creaba sombras
ligeramente diferentes en la habitación, formando la ilusión de movimiento.
Una tormenta así es desagradable en cualquier lado, pero lo es más en una casa
ajena.
Me encontraba en un establecimiento rural, en la casa de un peón.
Durante el día trabajé cambiando la instalación eléctrica del lugar junto a
Ernesto, mi socio. Como todavía quedaba mucho trabajo y el lugar está en una
zona muy apartada tuvimos que quedarnos. Apenas se hizo noche empezó la
tormenta.
No me podía dormir. Me levanté y fui hasta la ventana. El enorme
patio estaba lleno de charcos crispados por la lluvia. En el otro extremo estaba
la casa principal, la del dueño del lugar.
Sentía que mis pupilas se
dilataban de golpe y volvían a contraerse al mirar aquel escenario donde
luchaban la oscuridad y la luz de los relámpagos.
Súbitamente, de ser
observador pasé a ser observado. Apareció no sé cómo en un costado de la
ventana. Era una mujer muy vieja con acentuados rasgos de bruja. Estaba cubierta
con una capa negra. ¡Nunca vi un rostro tan grotesco! Supongo que durante el día
no luce así. Su rostro debía estar transformado con magia negra; o por el
contrario, aquel era su verdadero aspecto y lo cambiaba durante el día. Sin
dudas era una bruja, y me observaba tras el vidrio.
Se llevó la mano al
rostro, y extendiendo el dedo índice delante de su ennegrecida boca hizo un
gesto claro que me resultó aterrador. Aquel gesto decía que no hablara sobre
ella, que no le contara a nadie. Con otro gesto lento y horrible dejó claro que
si hablaba me iba a matar, y sonrió con infinita malicia.
Aterrado, duro de
miedo, la vi avanzar hacia el centro del patio. Sacó algo de su abrigo, escarbó
el suelo con su huesuda mano y lo enterró, tapándolo luego con tierra. Desde
allí me recordó que no hablara, con la misma seña del dedo frente a la boca, y
se marchó para desaparecer en un instante de oscuridad.
La tormenta se
disipó al amanecer. Cuando íbamos a retomar nuestra tarea vi que partieron
raudamente en una camioneta. Un peón nos informó. La esposa del dueño del lugar
había enfermado por la madrugada. Seguramente fue obra de la bruja, de la cosa
que enterró.
Luego me enteré de algo que me indignó. Antes de partir, el
patrón de lugar le dijo a su capataz que nos pagara menos de lo acordado,
alegando un retraso.
- Si no les sirve se pueden ir -dijo el capataz-.
Pero si lo hacen no van a cobrar nada.
- Y si fuera así, ¿usted va a asumir
las consecuencias por su patrón? -le pregunté, acercándome más a él.
- Yo
solo sigo órdenes, no es que esté de acuerdo con lo que él dice -aclaró el
capataz, bajando el tono.
Si me metía en un lío solo iba a empeorar
todo, pero el asunto no iba a quedar así.
Terminamos el trabajo ese día y
nos marchamos de aquel lugar maldito (ahora literalmente maldito gracias a lo
que plantó la bruja).
Días después supe que la esposa del dueño del
establecimiento murió, que el mismo se enfermó misteriosamente, y, que un
incendio arraso con casi todo el lugar.
Opino que el tipo se merecía lo que
le hizo la bruja, como también se merecía que su propiedad se incendiara debido
a una “falla” eléctrica de la instalación.
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