En su haber se contabilizaron 6 asesinatos de mujeres y otros 4 intentos frustrados. Su fama fue tal que se convirtió en un personaje del folclore popular, que es invocado cuando se quiere asustar a los niños.
El Sacamantecas
Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña más conocido como El Sacamantecas, nació en el pequeño pueblo de Eguilaz, junto a Salvatierra – Agurain (San Millán, Álava, - Vitoria, de mayode ), fue un que nació y vivió en Álava en el siglo XIX.
En el lugar de Eguilaz a 17 de Octubre de éste presente año de 1821, yo el infrascrito presbítero, cura y beneficiario de la iglesia parroquial de este lugar de Eguilaz, bauticé solemnemente en la pila bautismal de esta iglesia a un niño a quien puse por nombre Juan, el que nació, según declaración de sus padres a las nueve de la mañana del día 17 de Octubre.
Hijo legítimo de Nicolás Diaz de Garayo y de Norberto Ruiz de Argandeña, él natural de Eguilaz y ella de la Villa de Alegría de Alava…”.
Así reza la fe de bautismo de Juan Diaz de Garayo expedida en la Iglesia parroquial de Eguilaz, pueblo situado a corta distancia de la Villa de Salvatierra – Agurain, en las proximidades de Vitoria.
En el lugar de Eguilaz a 17 de Octubre de éste presente año de 1821, yo el infrascrito presbítero, cura y beneficiario de la iglesia parroquial de este lugar de Eguilaz, bauticé solemnemente en la pila bautismal de esta iglesia a un niño a quien puse por nombre Juan, el que nació, según declaración de sus padres a las nueve de la mañana del día 17 de Octubre.
Hijo legítimo de Nicolás Diaz de Garayo y de Norberto Ruiz de Argandeña, él natural de Eguilaz y ella de la Villa de Alegría de Alava…”.
Así reza la fe de bautismo de Juan Diaz de Garayo expedida en la Iglesia parroquial de Eguilaz, pueblo situado a corta distancia de la Villa de Salvatierra – Agurain, en las proximidades de Vitoria.
Hijo de
labradores, dedicó su vida a los menesteres propios de esta condición.
Desde muy pequeño fue enviado por sus padres a los pueblos de los
alrededores a servir como criado. De éste modo recorrió Salvatierra –
Agurain, Alaitza, Okariz, Izarza y Alegría – Dulantzi, entre otros.
Esa costumbre, habitual entre los aldeanos alaveses, se imponía por necesidad, máxime en una época de penuria económica como era aquella de sus primeros años de vida, coincidentes con los momentos de mayor efervescencia de la Primera Guerra Carlista.
Más tarde prestaría sus servicios como “criado práctico” en la casa de un herrero en la Villa de Alegría, donde permaneció siete años, al término de los cuales supo las dificultades y apuros de una viuda joven para sacar provecho a unas tierras que tenía en arriendo y que le habían quedado de su matrimonio con un tal “Zurrumbon”.
Esa costumbre, habitual entre los aldeanos alaveses, se imponía por necesidad, máxime en una época de penuria económica como era aquella de sus primeros años de vida, coincidentes con los momentos de mayor efervescencia de la Primera Guerra Carlista.
Más tarde prestaría sus servicios como “criado práctico” en la casa de un herrero en la Villa de Alegría, donde permaneció siete años, al término de los cuales supo las dificultades y apuros de una viuda joven para sacar provecho a unas tierras que tenía en arriendo y que le habían quedado de su matrimonio con un tal “Zurrumbon”.
Avisado por una
mujer de Alegría que tenía parentesco con la viuda partió para la
hacienda de la zurrumbona a sabiendas que era el momento más propicio
para ofrecer sus servicios como jornalero, púes coincidía con la época
de la sementera.
Durante los primeros años mostró interés por llevar las tareas del campo de la mejor manera, “ofreciéndola compras, por su parte, una pareja de bueyes” con el dinero que había ahorrado en casa del herrero.
Durante los primeros años mostró interés por llevar las tareas del campo de la mejor manera, “ofreciéndola compras, por su parte, una pareja de bueyes” con el dinero que había ahorrado en casa del herrero.
Dolmen de Aitzkomendi en Eguilaz, cerca de Agurain
Su comportamiento fue siempre digno e irreprochable. Llegada la ocasión – convenida de antemano- decidieron contraer matrimonio, del que resultaron cinco hijos. Se sabe que sólo tres sobrevivieron, de los cuales: dos varones y una hembra. Como consecuencia de ésta unión Garayo heredó –como es práctica de los pueblerinos y caseros- el sobrenombre del “Zurrumbon” y será con éste apodo recordado entre sus convecinos a pesar de que aparezca éste otro de “Sacamantecas” en los expedientes judiciales. (El día 19 de Noviembre de 1879, El Anunciador Vitoriano” publica una nota aclaratoria de que éste sobrenombre le venía de su primera viuda, que se había casado con Don José Acedo “Zurrumbon”. Se publicó ésta en interés de la familia, para evitar toda posible relación con Garayo.
Duró aquel
matrimonio trece años en el transcurso de los cuales vivió la pareja sin
altercados notorios ni contrariedades o preocupaciones económicas
sensibles hasta 1863, año en que muere la viuda. Hasta este momento, un
cierto sentido de la economía doméstica y un control de los ingresos que
le proporcionaban el campo, añadido a las escasas aspiraciones
materiales éste hombre, dirigidas únicamente a a asegurar la vejez de
ambos, le permitió vivir descansado cuidando de la educación de los
hijos.
Pero los tiempos no iban a su
favor y al poco de morir su mujer, tuvo que ocuparse directamente del
labrantío, abandonando las tareas caseras y por tanto la educación de
sus vástagos. Preocupado por el desorden en que vivían decidió Garayo
casar de nuevo “cuentan que era una mujer de carácter áspero y de
violento genio”
con lo que, en
vez de asegurar una convivencia pacífica, la disipó; entablándose entre
ella y sus hijastros constantes reyertas, arraigándose los odios y dando
lugar a que aquéllos huyeran de su casa, colocándose el mayor como
criado y haciéndose vagabundos y pordioseros los menores.
Esta unión fracasada tornó a Garayo egoísta, huraño y solitario. Permanecieron juntos hasta 1870 año en que su mujer, que padecía una enfermedad variolosa, muere a consecuencia de ella. Siete años de desastrosa convivencia produjeron en él importantes secuelas en su comportamiento, con anterioridad había sido un hombre pacífico paso a desentenderse de los hijos y cuando pasaba de los cincuenta decidió casarse por tercera vez.
La situación empeora cada año que pasa junto a ésta mujer. Resulta ser alcohólica y más desastrosa aún que la anterior matrimonio que se verá interrumpido por la misteriosa muerte de ella a los cinco años de convivencia que él contaba así:
“En la noche del 3 de abril de 1876, al volver del campo- donde estuve trabajando desde las cinco de la mañana y subir a la habitación nuestra- encontré la puerta cerrada y como al llamar no me contestó nadie, metí la mano por la gatera y saqué la llave de la puerta que yo mismo dejé allí cuando me marché a la mañana, quedándose mi mujer en la cama buena y sana. Al entrar en la alcoba vi que estaba agonizando. Salí asustado y busqué a un médico, el cual al ver que mi mujer no hablaba y que iba a expirar, mandó que viniera un cura y le diese la Unción”.
Los primero crímenes de Garayo, que no pudieron ser demostrados, son anteriores a la muerte de su tercera esposa, aunque llegó a contraer nupcias cuatro veces, no se cree que cometiera agresión contra ellas.
No debió pesar a su ánimo la muerte repentina de su tercera esposa pues más tarde contraía nupcias con una viuda de edad avanzada, de nombre Juana Ibisate, que le sobrevivió. La paz duró poco entre ellos y fue interrumpida pronto debido a las constantes discordias que surgieron en torno a la economía doméstica, sobretodo.
El le increpaba porque bebía demasiado y el testimonio de la viuda era todo lo contrario y le acusaba de malgastar el dinero en toda clase de vicios. Lo cierto que esta mujer murió desprestigiada y abandonada por todos los suyos. Su testimonio, involuntariamente, fue definitivo para la detención de Garayo, al confesar al alguacil Pinedo que había pagado a una anciana de Vitoria veinte pesetas en concepto de indemnización para que no denunciara a su marido, al parecer le había atacado en alguno de los caminos de la ciudad un día que pedía caridad.
Esta unión fracasada tornó a Garayo egoísta, huraño y solitario. Permanecieron juntos hasta 1870 año en que su mujer, que padecía una enfermedad variolosa, muere a consecuencia de ella. Siete años de desastrosa convivencia produjeron en él importantes secuelas en su comportamiento, con anterioridad había sido un hombre pacífico paso a desentenderse de los hijos y cuando pasaba de los cincuenta decidió casarse por tercera vez.
La situación empeora cada año que pasa junto a ésta mujer. Resulta ser alcohólica y más desastrosa aún que la anterior matrimonio que se verá interrumpido por la misteriosa muerte de ella a los cinco años de convivencia que él contaba así:
“En la noche del 3 de abril de 1876, al volver del campo- donde estuve trabajando desde las cinco de la mañana y subir a la habitación nuestra- encontré la puerta cerrada y como al llamar no me contestó nadie, metí la mano por la gatera y saqué la llave de la puerta que yo mismo dejé allí cuando me marché a la mañana, quedándose mi mujer en la cama buena y sana. Al entrar en la alcoba vi que estaba agonizando. Salí asustado y busqué a un médico, el cual al ver que mi mujer no hablaba y que iba a expirar, mandó que viniera un cura y le diese la Unción”.
Los primero crímenes de Garayo, que no pudieron ser demostrados, son anteriores a la muerte de su tercera esposa, aunque llegó a contraer nupcias cuatro veces, no se cree que cometiera agresión contra ellas.
No debió pesar a su ánimo la muerte repentina de su tercera esposa pues más tarde contraía nupcias con una viuda de edad avanzada, de nombre Juana Ibisate, que le sobrevivió. La paz duró poco entre ellos y fue interrumpida pronto debido a las constantes discordias que surgieron en torno a la economía doméstica, sobretodo.
El le increpaba porque bebía demasiado y el testimonio de la viuda era todo lo contrario y le acusaba de malgastar el dinero en toda clase de vicios. Lo cierto que esta mujer murió desprestigiada y abandonada por todos los suyos. Su testimonio, involuntariamente, fue definitivo para la detención de Garayo, al confesar al alguacil Pinedo que había pagado a una anciana de Vitoria veinte pesetas en concepto de indemnización para que no denunciara a su marido, al parecer le había atacado en alguno de los caminos de la ciudad un día que pedía caridad.
Alguaciles del Ayuntamiento de Vitoria hacia
1885. Pío Fernández de Pinedo en el extremo – Archivo Municipal de
Vitoria – Gasteiz.
LOS CRIMENES DE GARAYO
Entre los años y
asesinó y violó a seis mujeres, cuatro de ellas prostitutas, de edades
comprendidas entre los 13 y los 55 años, e incluso a alguna de ellas les
produjo grandes mutilaciones. Se le imputaron también varios intentos
más que no pudo consumar.
Estuvo casado cuatro veces y enviudó tres, aunque al parecer no mató a ninguna de sus mujeres.
Fue apresado en y condenado a muerte, murió por garrote vilal año siguiente en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria
Se hizo famoso por sus crímenes en toda España y se usaba su nombre para asustar a los niños.
Estuvo casado cuatro veces y enviudó tres, aunque al parecer no mató a ninguna de sus mujeres.
Fue apresado en y condenado a muerte, murió por garrote vilal año siguiente en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria
Se hizo famoso por sus crímenes en toda España y se usaba su nombre para asustar a los niños.
En la Edad Media y ya avanzado el siglo XIX y comienzos del XX, se hizo tremendamente popular el apodo de sacamantecas a toda aquella persona relacionada con el llamado . Éste era un calificativo que se usaba para asustar a los niños e impedirles que hicieran sus tropelías.
Se decía que a
los niños se les sacaba el sebo (grasa corporal) para fabricar una
especie de ungüento que a la postre serviría para sanar y/o curar la
tuberculosis. Uno de los más famosos sacamantecas, aunque lo fuera
propiamente, fue Manuel Blanco Romasanta, a quien se le atribuyeron
varios asesinatos de niños y adultos en Galicia
Juan Díaz de Garayo
Juan Díaz Garayo fue el “Sacamantecas”, la persona que dio origen a la leyenda. Desde entonces los sueños de miles de niños se han visto perturbados por una figura imaginaria y sin rostro. Es hora de saber su historia.
Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña (1821-1880), más conocido como "el Sacamantecas: fue un célebre asesino en serie que aterrorizó la llanada alavesa durante el siglo XIX. En su haber se contabilizaron 6 asesinatos de mujeres y otros 4 intentos frustrados.
Su fama fue tal que se convirtió en un personaje del folclore popular, que es invocado cuando se quiere asustar a los niños. Era natural de Eguílaz.
Juan Díaz de Garayo fue un hombre fuerte, de buen talle y ancho de hombros. Tenía accesos de repentino furor, que le hacían buscar a sus víctimas. Violaba a sus víctimas brutalmente y las desgarraba el vientre con un cuchillo. Pensaba que era cosa de los demonios que se apoderaban de su mente.
A medida que va cometiendo los asesinatos, la saña y la furia es mayor. Entre el primer y segundo asesinato pasa un año. Entre éste y el siguiente, año y medio. Este tiempo transcurrido, en comparación con los siguientes crímenes , hacen sospechar que hubo algunos que nunca se conocieron.
En Agosto de 1872, los crímenes tercero y cuarto se producen de forma casi seguida, en parecidas circunstancias a los anteriores. La tercera víctima no es ya una prostituta, sino una chiquilla de trece años. La cuarta vuelve a ser otra prostituta, pero joven. Mata y viola como a las demás, pero prueba de su crecinete sadismo y de su pérdida de control le causa multiples heridas con una aguja que ella llevaba en el pelo para sostener el peinado. Las mujeres de la comarca empezaban a hablar de un monstruo que sacaba las mantecas de sus víctimas.
Durante la investigación policial se establecieron varios intentos de asesinato que no se consumaron. Pasan, así, cuatro años. Durante estos años enviudó por tercera vez y se vuelve
En septiembre de
1878, tras dos ataques a dos ancianas, se produce el quinto crimen. Se
trata de una campesina joven, alta, fuerte, que se defiende con
desesperación. Juan Díaz de Garayo acaba por atravesarle el pecho de una
puñalada; luego, una vez muerta, celebra su sádico ritual de sexo y
sangre. El cadáver queda cosido a puñaladas y con el vientre abierto. Le
quitó la aguja de coser que llevaba como pasador de pelo y se la clavó
cincuenta veces en el pecho. Y siempre, después de cada crimen, iba a
esconderse en el dolmen. El periódico "El pensamiento alavés" abría su
portada así: "Se busca a un sacamantecas".
Dos días más tarde, vuelve a matar a otra campesina a la que estrangula, fuerza y mutila después de muerta, desgarrándole el vientre –que es como la marca de sus asesinatos–.
Las crónicas de la época lo calificaban de "monstruo rarísimo en quien la rara anomalía de la crueldad lasciva se asocia con la no menos rara del amor a los cadáveres". Continúa:"macho brutal, marcado con profundos estigmas atávicos y atípicos. La frente hacía recordar, tal como la describen los que la vieron, el cráneo de Neandertal. Las mandíbulas eran enormes. El rostro presentaba grandes asimetrías".
Dos días más tarde, vuelve a matar a otra campesina a la que estrangula, fuerza y mutila después de muerta, desgarrándole el vientre –que es como la marca de sus asesinatos–.
Las crónicas de la época lo calificaban de "monstruo rarísimo en quien la rara anomalía de la crueldad lasciva se asocia con la no menos rara del amor a los cadáveres". Continúa:"macho brutal, marcado con profundos estigmas atávicos y atípicos. La frente hacía recordar, tal como la describen los que la vieron, el cráneo de Neandertal. Las mandíbulas eran enormes. El rostro presentaba grandes asimetrías".
Hombre muy
primitivo, tenía la apariencia de un enorme mono. Vivía como un labrador
sobrio, austero, que se dedicaba a su trabajo.Hasta donde se sabe, su
vida criminal coincide con su edad madura, los 50 años. Fue cuando se
volcó su herencia genética: había nacido de una madre gravemente
neurótica y alcohólica y de un padre igualmente alcohólico. Se cuentan
seis crímenes, pero se teme que fueran muchos más.
Mientras cometió
sus asesinatos, las mujeres tuvieron mucho miedo. Se encerraban en cien
leguas a la redonda del campo alavés en que cometía sus fechorías, y
aunque no se tiene constancia de que fuera un errabundo viajero que
cometiera crímenes en otras regiones, el relato de sus atrocidades por
medio del boca a boca sembró el miedo en todo el país. La policía
buscaba a alguien que creían muy inteligente, feroz y que no dejaba
huellas.
Cuenta Constancio Bernaldo de Quirós, en su libro Figuras delincuentes, que al entrar a servir Díaz de Garayo temporalmente a un labrador, una niña pequeña le señaló sin haberlo visto nunca y le dijo: "¡Qué cara! Parece el Sacamantecas!". Eso hizo que la vecindad le acosara y que la autoridad acabara por detenerle e interrogarle. Con gran sorpresa, los policías descubrieron que, al poco de someterle a las preguntas de rigor, se derrumbaba y confesaba sus feroces asesinatos.
Juan Díaz de Garayo fue apresado y encerrado en la prisión de Vitoria. La Guardia Civil contaba que Juan había confesado no saber lo que había hecho, casi no podía articular palabra. En el informe forense se destacaba: "Su cráneo, su frente parece la de un neandertal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio". (Informe forense de Bernardo de Quirós).
El juicio se celebró muy poco después de la detención. Los médicos forenses, diez en total, estuvieron de acuerdo en que no se trataba de un loco, sino de un hombre capaz de decidir y de actuar con libre albedrío. El proceso se abrevió en lo posible.
Un mes después, el más famoso verdugo de la época, Gregorio Mayoral, llegado de Burgos; lo sentaba en el garrote vil. Y el verdugo no pudo evitar el miedo. Aquel hombre era diferente. Algunos juran, que aquella noche en la prisión, se oyó un extraño grito.
Cuenta Constancio Bernaldo de Quirós, en su libro Figuras delincuentes, que al entrar a servir Díaz de Garayo temporalmente a un labrador, una niña pequeña le señaló sin haberlo visto nunca y le dijo: "¡Qué cara! Parece el Sacamantecas!". Eso hizo que la vecindad le acosara y que la autoridad acabara por detenerle e interrogarle. Con gran sorpresa, los policías descubrieron que, al poco de someterle a las preguntas de rigor, se derrumbaba y confesaba sus feroces asesinatos.
Juan Díaz de Garayo fue apresado y encerrado en la prisión de Vitoria. La Guardia Civil contaba que Juan había confesado no saber lo que había hecho, casi no podía articular palabra. En el informe forense se destacaba: "Su cráneo, su frente parece la de un neandertal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio". (Informe forense de Bernardo de Quirós).
El juicio se celebró muy poco después de la detención. Los médicos forenses, diez en total, estuvieron de acuerdo en que no se trataba de un loco, sino de un hombre capaz de decidir y de actuar con libre albedrío. El proceso se abrevió en lo posible.
Un mes después, el más famoso verdugo de la época, Gregorio Mayoral, llegado de Burgos; lo sentaba en el garrote vil. Y el verdugo no pudo evitar el miedo. Aquel hombre era diferente. Algunos juran, que aquella noche en la prisión, se oyó un extraño grito.
Juan Díaz de Garayo "El sacamantecas"
Antes de que Jack el destripador
sembrara el terror en el Londres Victoriano de 1888, un campesino
alavés se le había adelantado, ostentando ser el primer asesino en serie
de la Historia. Juan Díaz de Garayo
asesinó y violó a seis mujeres de edades comprendidas entre los 13 y 52
años entre los años 1870 y 1879 en los campos de Álava, amén de otros
intentos no consumados.
Su “modus operandi” siempre era idéntico. Abordaba a las mujeres en plena calle forzándoles a mantener relaciones sexuales con él. Cuando se resistían les estrangulaba y les desgarraba el vientre con un cuchillo extrayéndole toda la grasa del cuerpo.
Su primera víctima fue una prostituta, a la que Garayo acompañó siguiendo el curso del río Errekatxiki. Ocurrió el 2 de Abril de 1870. A las afueras de Vitoria le ofrece tres reales a cambio de mantener relaciones sexuales con él. La mujer le solicita cinco, y no satisfecho con ello, Garayo se abalanza sobre ella estrangulándola y ahogándola en la ribera de un arroyo. Un criado halló el cadáver al día siguiente. La víctima fue identificada, pero el caso se cerró ante la falta de pruebas, algo que se convertiría en una constante en el resto de sus crímenes.
El 12 de marzo de 1871 comete su segundo asesinato. La victima se trataba de una mujer viuda a la que convenció para mantener relaciones. Se trasladaron hasta las afueras de la ciudad, y la historia volvió a repetirse. Él le ofreció poco dinero, ella pidió más, discutieron, y en medio de la disputa la estranguló. Las autoridades tampoco lograron esclarecer el caso, que cayó en el olvido.
La tercera de sus victimas fue una niña de tan sólo trece años a la que el 2 de Agosto de 1872 violó y asesinó.
El 29 de Agosto de 1872 vuelve a asesinar, esta vez a una joven prostituta.
Tras siete años sin matar, los días 7 y 8 de Septiembre de 1879 finaliza su sangrienta carrera antes de ser detenido, matando a una joven y a una mujer de 52 años.
Varios intentos frustrados se suman a esta larga lista de asesinatos.¿Pero era realmente la agresión sexual sobre sus víctimas lo que le movía a matar? A finales del siglo XIX la creencia popular sostenía que con las grasas del cuerpo se sanaban algunas enfermedades. Para ello se fabricaba una especie de ungüento con las entrañas de las personas. En aquella España negra, oculta y ancestral, las familias adineradas fueron capaces de pagar grandes sumas de dinero a gente sin escrúpulos que mataban para sacar la grasa y así poder utilizarla para sanar enfermedades. Díaz de Garayo fue uno de estos “Sacamantecas” a los que se les encargaba extraer el unto de las víctimas a cambio de unas monedas.
Su “modus operandi” siempre era idéntico. Abordaba a las mujeres en plena calle forzándoles a mantener relaciones sexuales con él. Cuando se resistían les estrangulaba y les desgarraba el vientre con un cuchillo extrayéndole toda la grasa del cuerpo.
Su primera víctima fue una prostituta, a la que Garayo acompañó siguiendo el curso del río Errekatxiki. Ocurrió el 2 de Abril de 1870. A las afueras de Vitoria le ofrece tres reales a cambio de mantener relaciones sexuales con él. La mujer le solicita cinco, y no satisfecho con ello, Garayo se abalanza sobre ella estrangulándola y ahogándola en la ribera de un arroyo. Un criado halló el cadáver al día siguiente. La víctima fue identificada, pero el caso se cerró ante la falta de pruebas, algo que se convertiría en una constante en el resto de sus crímenes.
El 12 de marzo de 1871 comete su segundo asesinato. La victima se trataba de una mujer viuda a la que convenció para mantener relaciones. Se trasladaron hasta las afueras de la ciudad, y la historia volvió a repetirse. Él le ofreció poco dinero, ella pidió más, discutieron, y en medio de la disputa la estranguló. Las autoridades tampoco lograron esclarecer el caso, que cayó en el olvido.
La tercera de sus victimas fue una niña de tan sólo trece años a la que el 2 de Agosto de 1872 violó y asesinó.
El 29 de Agosto de 1872 vuelve a asesinar, esta vez a una joven prostituta.
Tras siete años sin matar, los días 7 y 8 de Septiembre de 1879 finaliza su sangrienta carrera antes de ser detenido, matando a una joven y a una mujer de 52 años.
Varios intentos frustrados se suman a esta larga lista de asesinatos.¿Pero era realmente la agresión sexual sobre sus víctimas lo que le movía a matar? A finales del siglo XIX la creencia popular sostenía que con las grasas del cuerpo se sanaban algunas enfermedades. Para ello se fabricaba una especie de ungüento con las entrañas de las personas. En aquella España negra, oculta y ancestral, las familias adineradas fueron capaces de pagar grandes sumas de dinero a gente sin escrúpulos que mataban para sacar la grasa y así poder utilizarla para sanar enfermedades. Díaz de Garayo fue uno de estos “Sacamantecas” a los que se les encargaba extraer el unto de las víctimas a cambio de unas monedas.
En el juicio
afirmó que una noche mientras dormía en su chabola, recibió la visita de
una sombra negra, el mismísimo diablo, que le ordenó cometer aquellos
crímenes.
En el informe forense de Bernardo de Quirós se recogía; “Su cráneo, su frente parece la de un neandertal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado a actuar. El dice que ha sido el demonio.”
Ramón Apráiz,
un prestigioso médico alavés, junto a once colegas dictaminaron que no
existía en Díaz de Garayo enajenación mental, siendo perfectamente
consciente de lo que hacía.
A las ocho de la mañana del 11 de Mayo de 1881, en el polvorín viejo de la ciudad de Vitoria, se le cubrió la cabeza al sacamantecas con un capuchón negro y se le rodeó con un collarín de hierro. El verdugo más famoso de la época llegado desde Burgos, Gregorio Mayoral, comenzó a girar el torno hasta que se le quebraron las vértebras cervicales y el sacamantecas murió asfixiado.
El garrote vil había puesto fin a uno de los mayores sanguinarios que nos ha dado la Historia de España.
Su cadáver se expuso públicamente para el “macabro” goce de aquellos vecinos que deseaban verlo muerto, y fue enterrado en una fosa común del cementerio de “Santa Isabel” en Vitoria.
Varios antropólogos de Bélgica y Suiza viajaron hasta Vitoria para observar el cráneo de aquel asesino totalmente desproporcionado.
En el norte de España durante décadas se ha utilizado siempre la misma frase para asustar a los niños: “¡Que viene el Sacamantecas!".
Igual ocurrió con
Francisco Leona “El Hombre del Saco”, quien se dedicaba a visitar
pueblos españoles para secuestrar niños, guardándolos amordazados en un
saco que colgaba de su espalda. Los llevaba después a un lugar
despoblado, los asesinaba y les extraía las vísceras con el mismo
objetivo que Díaz de Garayo: venderlas para fabricar ungüentos
curativos.
El tal Díaz de Garayo fue un asesino y violador de mujeres, en su mayor parte prostitutas, a las que rajaba el vientre de forma atróz. Declaró seis muertes, aunque se piensa que fueron muchas más por lo espaciado de algunos de sus crímenes.
Como anécdota y para imaginar el rostro y los rasgos tan inusuales y terroríficos de este hombre, su captura se debió a que una niña, al cruzárselo por la calle y ver su horrendo rostro, imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser el sacamantecas que estaba azotando con sus crímenes aquellas tierras y se puso a gritar señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado algún tipo de abuso sobre la niña, lo llevó al cuartelillo, donde Díaz de Garayo se vino abajo y confesó sus crímenes. Al final, fue condenado a muerte a ajusticiado en Garrote Vil.
www.salvatierra-agurain.es
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