Poco a poco la lluvia se convirtió en llovizna tenue, pero el frío
seguía calando los huesos. Ellos salieron abrazados del baile y
abrazados caminaron por la desierta calle, cubierta de árboles a ambos
lados.
Las ramas bailoteaban una danza invernal, impulsadas por el viento y el agua.
Los piecitos de ella se mojaban, salpicados por charcos de baldosas
flojas. El la apretaba fuerte de los hombros, cubriéndola con su saco
azul.
Más allá del hecho de haberse conocido recién esa noche, sus latidos ya
eran simult´neos, el roce de sus cuerpos al bailar apretados, apuraron
sus instintos...La invitó a su casa...(...en realidad una herencia de su
abuela, quién lo había criado y protegido cuando él quedó huérfano.)
Tomarían un café caliente y un cognac.
La llave giró en la cerradura de la pesada puerta de hierro y ésta, al
abrirse, dejó una línea de barro sobre las viejas baldosas del hall de
entrada. Sobre un lado, la larga galería se estiraba hacia el fondo y en
el otro lado, la cocina y una habitación principal, permanecían
cerradas. Al final se encontraban, el baño y un lavadero, desde donde se
oía el acompasado gotear de un grifo mal cerrado.
Él abrazó a la niña nuevamente, tomándola de la cintura y la besó con
furia...(...haciéndola inclinar, como el tallo de una flor a punto de
quebrarse.)
Ya en la habitación, a oscuras, se dibujaban sombras pesadas,
acuchilladas por la luz de la luna que quería asomarse. Sobre un rincón,
un ropero de tres puertas, con la del medio, totalmente manchada, donde
había un espejo que distorsionaba cualquier reflejo.(Dominando la
escena, una gran cama con altos espaldares de bronce, cubierta por
mantas tejidas y almohadones multicolores...)
Intentó encender la luz, permitiéndole pasar a ella primero. La bombilla
pendía de un raquítico cable...No encendió. Maldijo. Atientas encontró
una vela sobre la pequeña mesita junto a la cama. Los tenues rayos
lunares zizaguearon en la habitación y brillaron como estrellas en los
ojos y la sonrisa atrevida de ella que lo miraba, nerviosa. Giró y casi
sin mediar palabras, se acercó y la empujó sobre el mullido colchón,
donde su cuerpo rebotó...(Reían a carcajadas...)
Como en una ancestral lucha, sus manos hurgaron y sus bocas
mordieron...La ropa saltó hacia el suelo y se desparramó en todas
direcciones.
Casi dos horas después, despertó abrazada a un almohadón. Se dió vuelta
con su desnudo cuerpo, buscando el de él. No estaba.(La vela era apenas
una mancha sobre el platillo...)Abrió el cajón de la mesita y sus dedos
recorrieron papeles y polvo.) Tal vez fué al baño, pensó...Sus ojos que
recién ahora se acomodaban a las penumbras, distinguieron en el suelo,
junto a la cama, algo parecido a la tapa de un sótano. Se puso el suéter
de él y envuelta en una sábana, entre curiosa y asustada, calzó sus
zapatos, se agachó e intentó abrirla.
Como un aliento helado que la cubría, el frío subió, llenando la
habitación. Vaciló entyre bajar a ver sóla ó esperar a que él
volviera.(¿Si se enojaba por su curiosidad...?) No quería profanar
secretos. Se animó y pisando con cuidado, bajó un escalón y luego
otro.(Creyó poder mirar hacia abajo...)Se inclinó más aún. El golpe
explotó detrás de su oreja. No alcanzó a gritar. El otro golpe dió de
lleno en su sien derecha cuando ya había caído al húmedo piso del
sótano. Los ecos de la tapa al cerrarse hicieron temblar los vidrios de
la puerta y el espejo.
Como en un rito macabro, él acomodó las sábanas y mantas, juntó las
ropas de ella y las arrojó dentro del ropero donde otras ropas se
amontonaban, agusanadas. Se puso el saco azul, llegó a la puerta del
frente que se arrastró sobre las baldosas...y cerró.
Una risa gutural, seguida de una tos cascada, rompió el ominoso silencio siguiente de la casa.
La mecedora antigua de mimbre, raída, comenzó a hamacarse sola,
chirriando, junto a la pared del sótano helado, cubierta de telarañas.
Sobre ella, un bastón de cáñamo y mango de plata...(Manchado de
sangre...)Parecía ser acunado con ternura infinita.
Ya no llovía.
Pero el frío seguía calando los huesos.
Autor: Sthepen
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