La región de Zhitomir (ex Unión
Soviética) vivió aterrorizada por una serie de 52 asesinatos producidos
entre 1989 y 1996. El autor era Anatoli Onoprienko, un implacable
criminal que, a diferencia de tantos otros asesinos seriales, mataba
solo para robar impunemente, evitando que los testigos hablasen al
quitarles la vida...
La Nochebuena de 1995 se produjo el
ataque a la aislada vivienda de la familia Zaichenko. El padre, la madre
y dos niños muertos, y la casa incendiada para no dejar huellas: ese
fue el precio de un absurdo botín constituido por un par de alianzas, un
crucifijo de oro con cadena y dos pares de pendientes.
Seis días después, la escena se repetía
con otra familia de cuatro miembros. Víctimas de Onoprienko aparecieron
también durante aquellos seis meses en las regiones de Odesa, Lvov y
Dniepropetrovsk.
Estos crímenes provocaron la segunda
investigación delictiva más complicada en la historia ucraniana (la
primera había sido la de su compatriota Chikatilo). El gobierno
ucraniano envió una buena parte de la Guardia Nacional con la misión de
velar por la seguridad de los ciudadanos y, como si el despliegue de una
división militar entera para combatir a un solo asesino no fuera
bastante, más de 2000 investigadores de las policías federales y
locales. Los policías empezaron a buscar a un personaje itinerante y
elaboraron una lista en la que figuraba un hombre que viajaba
frecuentemente por el sudoeste de Ucrania para visitar a su novia.
Con la Policía tras su pista, Onoprienko
puso tierra de por medio en 1989, y abandonó el país ilegalmente para
recorrer Austria, Francia, Grecia y Alemania, en dónde estaría seis
meses arrestado por robo y luego sería expulsado.
De
regreso a Ucrania sumó otros 9 a los 43 asesinatos, y poco después,
ante las pruebas encontradas por los agentes en los apartamentos de su
novia y su hermano (una pistola robada y 122 objetos pertenecientes a
las víctimas), hallaron una razón para arrestarlo. Cuando la Policía le
pidió los documentos en la puerta de su casa, Onoprienko no les quiso
facilitar la tarea, e hizo un esfuerzo vano por conseguir un arma y
defenderse. Cuando los policías por fin lo detuvieron, Onoprienko se
sentó silenciosamente cruzando los brazos y les dijo sonriendo: "Hablaré
con un general, pero no con ustedes". Aún así, no le quedó más remedio
que confesar sus crímenes y dejar que le arrestasen.
En su declaración al juez, aparecerían
otros nueve cadáveres cosechados a partir de 1989 en compañía de un
cómplice, Sergei Rogozin, (quien también comparecería en el juicio).
Anatoli Onoprienko siguió los pasos del
legendario Andrei Chikatilo. Ambos mataron casi el mismo número de
víctimas, pero son muy diferentes. Chikatilo, ejecutado en 1994, era un
maniaco sexual. Sólo mataba mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y
mutilaba. A veces se comía las vísceras. Nada de esto aparece en el
expediente de Onoprienko, un vulgar ladrón que mataba para robar, con
brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del maniaco sexual.
Onoprienko supera a Chikatilo por el corto periodo en que realizó su
matanza: seis meses frente a doce años. Aunque, en cuanto a la atrocidad
de los crímenes, Onoprienko es un enano al lado de Chikatilo...
Onoprienko, de 39 años, estatura media,
aspecto de deportista, racional, educado, elocuente, dotado de una
excelente memoria y desprovisto de piedad. Soltero, padre de un niño,
reconoció haber tenido una infancia muy difícil: su madre había muerto
cuando él tenía 4 años, y su padre y su hermano mayor lo habían
abandonado en un orfanato a los 7 años. De adulto, para ganarse la vida,
se embarcó como marino y fue bombero en la ciudad de Dneprorudnoye
(donde su ficha laboral le describe como un hombre "duro, pero justo").
Emigró al extranjero para trabajar de obrero durante ese tiempo, pero
confesó que su fuente primaria de ingreso era criminal: los robos y
asaltos.
Cuando ejecutaba a sus víctimas, el
asesino seguía un mismo ritual: elegía casas aisladas, atacaba poco
antes del amanecer, mataba a los hombres con un arma de fuego y a las
mujeres y a los niños con un cuchillo, un hacha o un martillo. No
perdonaba a nadie, después de sus asesinatos cortaba los dedos de sus
víctimas para sacarles los anillos, o a veces quemaba las casas. Incluso
mató en su cuna a un bebé de tres meses, asfixiándolo con una almohada.
Tras cada asesinato guardaba la ropa
interior usada de las víctimas, la conservaba como reliquia e incluso se
las daría a su novia Ana como regalo en una ocasión.
Según su ex-esposa, mató a niños para evitar verlos, en un futuro próximo, metidos en un orfanato como a él le pasó.
El peritaje médico lo calificó como
perfectamente cuerdo para asumir las consecuencias de sus actos. El
mismo se definía como un "ladrón" que mataba para robar: "Mataba para
eliminar a todos los testigos de mis robos"
Por este motivo pudo ser condenado a la
pena capital por crímenes premeditados con circunstancias agravantes. El
presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dijo que daría explicaciones al
Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de ejecución de
la pena de muerte que su país mantenía desde marzo de 1997. Gracias al
convenio con el Consejo de Europa, 81 penas de muerte dictadas
últimamente en Ucrania no se ejecutaron. La declaración del presidente
Kuchma anunció que se iba a hacer una excepción con Onoprienko.
En un momento determinado de la
investigación, el acusado afirmó que oía una serie de voces en su cabeza
de unos "dioses extraterrestres" que lo habían escogido por
considerarlo "de nivel superior" y le habían ordenado llevar a cabo los
crímenes. También aseguró que poseía poderes hipnóticos y que podía
comunicarse con los animales a través de la telepatía, además de poder
detener el corazón con la mente a través de unos ejercicios de yoga.
En
sus declaraciones, dijo recordar que en una ocasión mató a una pareja y
a sus 3 niños en su coche. Se sentó junto al padre y condujo por el
país con los 5 cuerpos. "Era absolutamente interesante".
Onoprienko no se sentía como un asesino
sino como un cirujano. "Soy una persona única, hice cosas que nadie ha
hecho. Son acontecimientos únicos".
Los psiquiatras, sin embargo, han
diagnosticado que el hombre está perfectamente "cuerdo" y la mayoría
quiere que pague por los homicidios. El mismo Onoprienko resumía así la
filosofía de su carnicería:
"Era muy sencillo, los veía de la misma forma en que una bestia contempla a los corderos".
"Ninguna de mis víctimas se opuso, armado o no, hombre o mujer, ninguno de ellos se atrevió a forcejear siquiera".
"Un ser humano no significa nada. He visto solo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena, hay tantos que no significan nada".
"Un soldado que mata durante la guerra no ve a quien golpea".
"Ninguna de mis víctimas se opuso, armado o no, hombre o mujer, ninguno de ellos se atrevió a forcejear siquiera".
"Un ser humano no significa nada. He visto solo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena, hay tantos que no significan nada".
"Un soldado que mata durante la guerra no ve a quien golpea".
El lunes 23 de noviembre de 1998, se
iniciaba en la ciudad de Zhitomir, el juicio de Onoprienko, acusado de
haber asesinado a 52 personas, ante la celosa mirada de un público
enloquecido que reclamaba la cabeza del acusado. Su calma contrastaba
con la emoción de todos los presentes en la sala, en su mayoría jóvenes.
Después de confesar en una declaración
entregada a la prensa por su abogado antes de la apertura del juicio,
que no se arrepentía de ninguno de los crímenes que había cometido,
Anatoli Onoprienko respondía a las preguntas del juez; reconoció haber
asesinado a 42 adultos y 10 niños.
La parte acusadora pidió la pena de
muerte pero el verdadero problema en este juicio, fue impedir que el
público linchase al acusado. Complicado por su envergadura y duración
(más de 400 testigos y por lo menos tres meses de declaraciones por
delante), por sus gastos, pero también por la tensión que se respiraba
entre los familiares de las víctimas, obligados a pasar cada día por un
arco detector de metales, algo no tan corriente en ese país, mientras el
acusado, encerrado en una jaula metálica, estaba prudentemente separado
de la ira del público...
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