jueves, 14 de agosto de 2014

Hoy en nuestra Seccion de Relatos: El circo macabro

LLEGÓ el circo a la comarca, los cipotes están muy contentos, Martha al igual que todos sus primos con quienes juega empolvada y chorreada, encajándose en los palos gritando y peleando, están que no se aguantan a que llegue la noche, pues la función comenzará a las siete, según anunció “la barata” del circo, camioneta destartalada cuyo ruidajes pareciera los de la carretanagua, rechinaba más fuerte que la voz del anunciador que salía por los dos grandes megáfonos amarrados arriba de la cabina:
“Llegó el circo, llegó el circo de los hermanos Galerias, con mucha diversión, malabares y animales salvajes amaestrados, el payaso Polo le hará reír a más no poder, vengan, adultos cincuenta córdobas, niños pagan la mitad”.

Llegó la hora de abrir el susodicho circo que más bien parecía una carpa de refugiados por algún desastre, ésta parecía azotada por algún huracán, pues estaba toda parchada y nacida con algunas roturas. Y la entrada, ja… la entrada no era más que unas latas que pretendían formar una especie de puerta de castillo de disney world pintadas de muy mal gusto, con figuras de malabaristas, animales y unos rostros de payasos que no parecían reír; sino gruñir, a la par y unido a ésta, estaba otro simulacro de fachada, se trata de una taquilla. En ambos extremos de éste conjunto de rudimentaria fachada, se unía un improvisado cerco con alambres de púas que rodeaba a la carpucha circense.

Pero eso era lo que le daba tanta alegría a los niños pobres de esa comarca perteneciente al municipio de El Viejo, departamento de Chinandega, la diversión y distracciones para los infantes eran casi nulas, al igual que en muchos lugares similares y olvidados de nuestra Nicaragua, ahí solo existen bares y se hacen unas que otras fiestas populares donde la intención es siempre la venta de “bebidas espirituosas” por no decir guaro. Los niños y las niñas se divierten cuando van a piñatas por las tardes, cumpleaños de algún amiguito a amiguita donde son invitados.

Martha ya amarró con sus primos y amigos la salida hacia el circo, acompañados, claro está, con un adulto, pues aunque Martha aparenta mayor, no tiene más que trece años y medio, es la más bonita de entre todas sus amigas, casi siempre risueña, aunque a veces pleitista cuando se trata de defender de otros pleititos a sus primos que son de menor edad.

Seis y media, la manada de chavalos ya van rumbo a la diversión, la tía de Martha con foco en mano alumbra la trocha polvorienta por donde caminan, aunque con la luna hermosa no es tan necesario el foco, ya divisan las bujías encendidas del circo, hay fila, pero, a como era de esperarse; no hay demasiada gente que se diga. A través de los viejos megáfonos, esta vez puestos en lo alto de la carpa, se escucha el chachareo de “la colombina”, adentro se veía un centro iluminado por un reflector, rodeado por tablones de madera que servían de asientos, era una especie de mini anfiteatro rudimentario.

La función ha comenzado con perros que llevan y traen objetos, saltan un aro, se hacen los muertos, todo a voz de su entrenador: un rechoncho hombre que recibe pocos aplausos, pues todos esperan al payaso… ¿cómo es que se llama? ...bueno, no importa su nombre; el público llegó esperando que los cómicos pintados les arranquen carcajadas.

Y esa fue la función de “los animales salvajes amaestrados” o mejor dicho de los “perros callejeros amaestrados” que para alegría de los presentes ya terminó.

El presentador, otro panzón, disque vestido elegantemente con su micrófono rechinante anuncia a “¡Polooo eeeeeeeeeel payasooo!” y los aplausos no se hicieron esperar, sale un hombre alto y gordo con vestimenta de tirantes, floja y colorida, mas bien descolorida, que como la carpa presenta parches por todos lados, en su cara maquillada de blanco, resaltaba una gran nariz como un tomate, y un pequeño sombrero sobre su peluca parecida a mechones de lampazo y unos zapatones rotos, salió cantando a capela estridentemente ridiculizando la canción de Emmanuel: “Toda la vida… comiendo tortilla vacía… y ni tan siquiera un gallopinto… para engañar a la barriga”, ahí estaban las risas de los chavalos y de todos los demás. Martha y el grupo se habían sentado en "palco" las primeras gradas, Polo lanzaba miradas furtivas hacia la agraciada niña, visualizaba el panorama, a veces parecía como si analizara algo viendo a Martha de pies a cabeza mientras realizaba su cómico espectáculo. Al fondo, esquineado y a oscuras; se dibujaba la silueta de un hombre sentado frente a dos tambores, con bolillos en mano hacía redobles y el ¡Bom! cuando presionaba un pedal con sus pies para mover el palillón que hacía sonar un bombo, ¡plash! con los platillos, tratando de coordinar los sonidos con los movimientos de los payasos ¡Bom! ¡plach! cuando se caían, ¡Brum! con los tambores cuando con las cubetas repletas de burusas de poroplás y tiras de papel lanzaban al público haciéndoles creer que se trataba de agua, pues antes ellos mismos y como parte de sus payasadas, ya se habían mojado con cubetas llenas de agua.

“Necesitamos a un voluntario o voluntaria” dijo el tal Polo a su público, muchos levantaron sus manos con algaravilla, pero el payaso se dirigió directamente a Martha le agarró la mano y prácticamente a la fuerza, la jaló al centro del escenario, apartándola del grupo que la acompañaba y simulando ser un payaso de los buenos.

“Voy a realizar un acto de magia” decía a viva voz con redobles de tambores y metió a la niña en una especie de armario, Martha reía, para ella y para los demás que estaban viendo, todo era parte del espectáculo al igual que lo eran los otros dos payasos y un enano que acompañaban a Polo, más bien eran sus compinches, estos agarraron el cajón ya cerrado con la niña dentro y la pasearon por el escenario mientras Polo corría tras de ellos gritando: “A donde van, traigan eso” ocasionando risas, ¡Bom! ¡plach! y los cómicos se fueron con su carga tras las cortinas del fondo desapareciendo ante la vista de los asistente, se había efectuado un secuestro ante todos ahí presentes, la función a terminado, el público comienza a desalojar el lugar, menos los familiares y amigos de Martha que perplejos voltean a ver para todos lados esperando verla, “vámonos” decían los más pequeños “no, ¿y Martha?” preguntaba la tía, “sí, ¿donde está?” preguntaban las otras niñas.

Fueron todos a buscarla tras las cortinas donde vieron que llevaron el cajón y preguntaban a los del circo si avían visto a la chavala, nadie les respondía, todos realizaban sus quehaceres haciéndoce los desentendidos. Salieron por el otro extremo de la carpa y solamente vieron malezas y quiebraplatas, a la derecha carros cacharpas; pero nada de ver a Martha y ni un solo ruido se escuchaba por el lugar a parte de los grillos.

“Vamonos, esta chavala debió de irse sola para la casa” dijo la tía y se fueron. En el camino iban comentando las payasadas de Polo, las cosas que les ocasionó risas, no parecían preocupados por la ausencia de Martha creyendo con certeza que ya estaba en casa, pero llegaron y ella no estaba, “no, aquí no ha venido, seguro agarró para donde su papa, ya la conoces como es ella” les dijo el abuelo, y todos se fueron a dormir.

Se fue el circo

A la mañana siguiente los comarqueños se sorprendieron al no ver al circo, “¡pero si apenas ayer llegó y ya se fueron!” decían con sorpresa algunos.

Lo que a continuación a Martha le pasó, fue descrita por ella misma al liberarse de sus secuestradores tres años después…

“Fue horrible mi vida, fue un martirio estos años que anduve con ellos, me llevaron a Honduras y el Salvador, secuestraron otras chavalas y las ponían de bailarinas casi desnudas cuando hacían espectáculos para todo mundo y desnudas cuando era solo para adultos, a mi también me obligaban a bailar, me golpeaban porque yo nunca quería y todas las noches me violaban de tres a cinco hombres siempre borrachos y hediondos, la primera vez fueron más, yo nunca había tenido hombre y me desmayé sangrando, me mantenían amarrada como animal, a través del tiempo ya les fui importado menos, en los últimos dos años ya casi no me molestaban. Una vez llegó el que hacía de payaso Polo, tomado como siempre, y como yo me resistía, él me golpeaba, esa vez con una botella de cerveza que llevaba me pegó en la cabeza y la botella se quebró y con la punta que le quedó me hizo esta cicatriz que tengo en la cara”.

Ese fue el testimonio de Martha que con un niño a cuestas y entre sollozos relatos, decía a la policía. Fueron tres años de búsqueda y hasta daban por hecho que nunca más la verían, por lo menos no con vida, a ella y otra jovencita que también desapareció con el circo macabro.

Luego de los hechos, los lugareños nunca permitieron que arribara otro circo más a la comarca, los sacan casi linchados y aún, entre los comarqueños de Palo Seco, existe el temor a los destarlados pequeños circos ambulantes.

Ninguna autoridad pudo dar con el paradero de los delincuentes disfrazados de cirqueros y payazos, tal pareciera que la tierra se los hubiera tragado o están protegido por la imagen demoníaca -según cuenta Martha- que ellos siempre llevaban y que le rezaban como si se tratase de algún santo.



Pero ¿cómo se escapó ella de sus captores?

Según Martha, en una extensión de su testimonio, una de las señoras que desde chavala había pasado a ser mujer del dueño de circo, tuvo compasión de ella, pues miraba que era la que más recibía escarmientos por ser tan rebelde, nunca la pudieron domar, la señora era la que la cuidaba, la alimentaba y hasta le daba consejos y varia veces la liberó de sus ataduras y el último dos año al no hacer intento de escape, anduvo “libre” dentro de los límites del circo, ella era constantemente amenazada si huía, si pedía ayuda, si hablaba, de todo la amenazaban, vivía hecha un manojos de nervios. Estaba sola, no tenía a nadie, a todos parecía no importarle, los hombres la usaban nada más que para saciar sus instintos viles y sexuales, diciéndole bascosidades.

Una noche, como tantas otras, viendo las estrellas con chorros de lágrimas que se les escurrían, tratando de no emitir quejidos y pensando en sus padres amorosos, en sus primos con quien jugaba, en el lugar donde creció y en aquella quebrada donde lavaba su ropa revolcada y se bañaba en calzón, chapoteando y buceando, recordando cuando era feliz; esa noche pensó con determinación acabar con todo esa amargura.

Después de la función, se retiró a su “camerino” un rincón en la carpa donde desenrollaba y extendía una rota colchoneta y dormía con los perros y las pulgas, pero a como ya lo había decidido, no quería más abusos, ni pulgas ni perros y sabiendo que no estaba muy lejos de la zona fronteriza entre Honduras y su país, se puso su harapiento vestido y simplemente se marchó, sigilosamente se escurrió entre chereques, pasó el alambrado y aunque los perros comenzaron a ladrar, ella no se detuvo y corrió hacia la carretera solamente sabiendo que tenía que dirigirse hacia el Sur. Los carros pasaban, ella les pedía raid, nadie se detenía. Llegó a una gasolinera y vio un camión de esos que transportan mercadería a través de la carretera panamericana desde Guatemala hasta Panamá, se acercó al camionero que estaba por montarse, le pidió con lágrimas en los ojos que la llevara lejos de ahí, el señor creyendo que se trataba de una prostituta le dijo que no estaba interesado y que se fuera por donde había venido, ella le agarró de la mano y le dijo que era de Nicaragua y quería regresar con su familia y que ya hace tres años que a la fuerza la habían traído. El camionero, viendo su rostro, su agonía y su desesperación, le creyó y así fue que Martha llegó nuevamente hasta Chinandega, el camionero le ayudó pagándole una cantidad de dólares a un guardia fronterizo para que la dejaran pasar sin pedir documentación, seguramente de esa misma manera es que ingresó de ida al igual que las demás. Durmió casi todo el camino al pasar por el reparto Estela ya en territorio nicaragüense el camionero se detuvo en un empalme, “aquí te puedes bajar, te queda más cerca el lugar para donde vas”, le dijo y ella “felizmente” regresó a su comunidad con marcas visibles en su cuerpo y otras que no se pueden ver pero que ella siente en su alma y en su corazón partido en un millón de pedazos. Pasadías, insomnios, dificultad para amar, para relacionarse con los demás especialmente con amigos y muchas otras secuelas más es lo que le quedó de su infortunada mala pasada del destino.

Autor:  Mauricio Valdez

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