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sábado, 13 de julio de 2013

Hilma Af Klint: La Pintora del Más Allá


Hasta la década de 1980 -cuarenta años después de su muerte-, la artista sueca Hilma af Klint había sido una desconocida para los historiadores del arte. Sin embargo, en 1986 una exposición saco a la luz lo mejor de una ingente producción artística ocultada durante décadas: cientos de extrañas pinturas fruto del contacto de la artista con el mundo de los espíritus.
A su muerte en 1944, con 81 años, Hilma af Klint gozaba de cierta reputación entre los círculos artísticos de Estocolmo por sus más que correctos paisajes y retratos para la burguesía, realizados en su mayor parte durante su juventud y madurez. Sin embargo, cuando sus herederos repasaron las últimas voluntades de la anciana artista, recogidas en su testamento, descubrieron que su querida Hilma había sido una artista con “dos caras”. En las páginas de aquel testamento, Klint solicitaba a sus familiares que una nutrida producción artística -más de mil pinturas y dibujos, además de varios cuadernos con anotaciones y textos-, ocultada hasta entonces con sumo cuidado, no fuera dada a conocer hasta, al menos, veinte años después de su muerte.
Sus descendientes cumplieron escrupulosamente los deseos de Hilma y hasta 1986, con motivo de una exposición organizada en el Museo del Condado de Los Angeles, bajo el título Lo espiritual en el arte pintura abstracta 1890-1965, su obra “secreta” no llegó al conocimiento de los especialistas. ¿Qué tenían de particular aquellas obras realizadas por la artista sueca? Pues, ni más ni menos, que buena parte de ellas habían sido realizadas siguiendo las instrucciones de supuestos «guías espirituales” del más allá, que durante años se habían comunicado con Hilma, Por si fuera poco, el estilo plasmado en ellas se anticipaba, en algunos casos, al de los primeros pintores abstractos y al de los surrealistas.

  
Nacida en 1862 en el seno de una acomodada familia de larga tradición marinera -varios de sus antepasados, entre ellos su padre, habían sido oficiales navales-, Hilma mostró desde muy joven un notable interés por la naturaleza, quizá a causa de los veranos pasados en la pequeña casa de campo que los Klint poseían en la isla de Adelsö, en el lago Mälar. Esa pasión por la naturaleza le llevó también desde muy pequeña a iniciarse en la pintura y el dibujo, especialmente de paisajes. Conociendo sus aptitudes artísticas, sus padres decidieron matricularla en la Escuela Politécnica de Estocolmo -hoy Escuela Sueca de Artes, Diseño y Oficio- en 1879.
En aquellas mismas fechas, y sin duda influida por la moda imperante en la época, Hilma había comenzado a coquetear con la entonces omnipresente práctica del espiritismo. Es posible que aquellas incursiones en círculos espíritas hubieran quedado en una mera anécdota de adolescencia, pero un trágico suceso familiar cambiaría su curiosidad inicial por una completa obsesión: en 1880 su hermana pequeña, Hermina, de solo diez años, fallecía a causa de una enfermedad, aumentando las inquietudes de la joven artista sobre la supervivencia del alma tras la muerte.
Al igual que muchos otros interesados en las doctrinas espiritistas del momento, Hilma comenzó a leer con avidez los textos de la célebre Madame Blavatsky, y no tardó en unirse a la Sociedad Teosófica de Estocolmo. En 1882, y con la intención de progresar en su carrera artística, la joven ingresó en la Real Academia de Bellas Artes, bajo las enseñanzas de profesores como Georg Von Rosen o August Malmström. En aquellas aulas Hilma conoció a otra de las personas que marcarían el resto de su vida: la también artista Anna Cassel.

Cuando cinco años después, ambas concluyeron su formación académica, decidieron llevar sus inquietudes artísticas y espirituales hasta un nivel insospechado. En 1887, Hilma, Anna y otras tres jóvenes con interés en el arte y el espiritismo decidieron formar un grupo llamado De Fem («Las Cinco»), para avanzar en sus estudios espirituales. Las muchachas se reunían todos los viernes, y durante largas sesiones trataban de contactar con supuestas entidades espirituales que les transmitían sus elevadas enseñanzas.
En un principio, “Las Cinco” emplearon la técnica de la vasografía, pero poco a poco fueron cambiando de procedimiento, tras una meditación previa, una de ellas entraba en trance y actuaba a modo de médium, canalizando directamente los mensajes de los “maestros”. Fruto de aquellos pretendidos contactos sobrenaturales, las jóvenes llenaron en un principio numerosos cuadernos, repletos de enseñanzas espirituales “reveladas”. Pasado el tiempo, sus “guías” las animaron a practicar “dibujos automáticos” -una derivación de la escritura automática, habitual en espiritismo-, lo que dio lugar a numerosos dibujos realizados de forma colectiva, que suponían una anticipación de varias décadas a los “cadáveres exquisitos“, los cuales popularizarían años después los surrealistas.
Las escasas fotografías que se conservan de aquellas peculiares reuniones, muestran una habitación en la que “Las Cinco” habían construido una especie de altar. Éste debía ser de gran importancia, pues habían dispuesto una cruz sobre él -pese a sus llamativas creencias todas se consideraban buenas cristianas-, y estaba rodeado por varios reclinatorios dispuestos en círculo. Además, contaban también con un gran sillón en el que la médium se sentaba durante sus trances y dictaba sus mensajes. En un primer momento, todas ellas fueron turnándose en ese papel, pero Hilma af Klint no tardó en destacar entre sus compañeras por su facilidad para entrar en trance.

Gracias a los textos manuscritos conservados. Hoy sabemos algunos de los nombres de los supuestos “guías” elevados con los que “Las Cinco” creían mantener contacto, y que tanto influyeron en su actividad de aquellos años: Clemens, Gregor, Ananda o Amiel. Estas entidades espirituales solían hacer hincapié en la importancia que tenían los dibujos realizados por las jóvenes, y en su deber de conservarlos para la posteridad, tal y como refleja uno de los mensajes: “Proteged vuestros dibujos. Son pinturas de ondas cargadas de éter que esperan el día en el que vuestros ojos y oídos puedan aprehender llamamientos más elevados”.
Durante años -las reuniones se prolongaran entre 1887 y 1907-, “Las Cinco” reunieron una ingente cantidad de textos y dibujos de contenido espiritual. Mientras tanto, Hilma había continuado con su faceta artística convencional, destacando especialmente por sus paisajes y retratos, que no tardaron en ser apreciados por la pujante y adinerada burguesía de la capital sueca.

Hacia 1907, el grupo de jóvenes se disolvió, pero Hilma decidió continuar su camino artístico y espiritual -unido irremediablemente, al menos en su producción “oculta”- en solitario. Para entonces, ya había comenzado a “empaparse” con las lecturas de textos antroposóficos de Rudolf Steiner -una corriente espiritual y filosófica surgida de la Teosofía- y en 1908 tuvo la ocasión de conocer en persona a su admirado pensador austríaco, a quien le mostró algunas de sus pinturas. Por desgracia, Steiner no le prestó demasiada atención, lo que sumió a Klint en una profunda tristeza.
A pesar de aquel desengaño, la artista continuó profundizando en sus estudios antroposóficos, creando pinturas que mostraban rasgos próximos a la abstracción y en las que se repetía como elemento común la búsqueda del equilibrio entre fuerzas opuestas, un concepto desarrollado en las doctrinas de Steiner.
En estos años, Hilma comenzó a pintar lienzos ocupados por grandes círculos concéntricos coloreados, provistos de una llamativa y poderosa paleta cromática, y que recuerdan curiosamente a obras de otros artistas del mornento como Robert Delaunay. En cualquier caso, toda esta producción artística novedosa, en la que sobresalían las formas geométricas coloreadas, como esferas, triángulos, pirámides o cruces, siguió estando bajo la tutela directa de sus guías espirituales, con los que Hilma seguía contactando durante sus trances mediúmnicos, ahora en solitario. Una producción que por supuesto, permaneció en el más absoluto de los secretos.

Entre estas pinturas “canalizadas” destaca una serie de diez grandes paneles, realizados durante su camino hacía la abstracción como respuesta a su guía Amiel, a quien había prometido “que dedicaría un año a pintar un mensaje para la Humanidad”. Dichos paneles terminaron por adquirir forma, simbolizando las “cuatro edades” del Hombre.
Una visión al conjunto de su obra desvela que el tema principal de las pinturas y dibujos consistía en el conocimiento de la dualidad. Hilma estaba convencida de que los sexos del mundo terrenal estaban invertidos en el plano astral, algo que se manifestaba como una dualidad en la existencia humana. Esa dualidad mostraba su rostro en forma de lucha entre lo masculino y lo femenino, y se hallaba detrás de todo proceso y poder creativo.
A pesar de su anterior desengaño con Steiner, en 1920 Klint decidió viajar a la localidad suiza de Dornach para visitar al fundador de la Antroposofía, establecido en su Goetheanum, un ejemplo de arquitectura orgánica. El encuentro volvió a resultar desesperanzador para Hilma, pues Steiner mencionó los peligros de creer que el mundo espiritual podía ser pintado directamente, algo que la artista sueca creía llevar haciendo durante mucho tiempo. La falta de delicadeza de Steiner hacia su admiradora tuvo un efecto devastador, hasta el punto de que Hilma decidió abandonar la pintura durante dos años. Sin embargo, la necesidad de expresar sus contactos espirituales llevaron a Klint a tomar de nuevo los pinceles, continuando con sus obras cargadas de símbolos geométricos, aves, motivos florales y colores brillantes.
Algunos estudiosos actuales sugieren que los pretendidos contactos de la artista sueca con sus guías espirituales no fueron sino manifestaciones de su subconsciente, que encontraron en el arte una vía de expresión inmejorable para sus creencias y su fuerza creativa. De un modo u otro, a su muerte en 1944, Klint nos dejó un increíble legado artístico en forma de notas, dibujos automáticos y bellas pinturas, en las que se cuentan obras figurativas y abstractas, plagadas de motivos naturales y geométricos, entre los que destacan pirámides y triángulos como símbolos de la evolución del espíritu humano.

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