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domingo, 17 de agosto de 2014

Hoy en Asesinos en Serie: Joel Rifkin (El asesino que leía a otros asesinos)

Nació el 20 de enero de 1959, y como sus padres eran menores de edad, fue adoptado cuando tenía tres semanas de vida por el matrimonio formado por Ben y Jeanne Rifkin. Su llegada alegró tanto a la pareja que, unos tres años más tarde, adoptan a otro hijo, esta vez una niña.
Joel mantenía una relación estrecha con su madre y los dos disfrutaban con la fotografía y las artesanías. En la escuela fue un alumno regular, a pesar de su aguda inteligencia (128 de coeficiente intelectual). Se mostraba reservado, ya que era el centro de todas las bromas crueles de sus compañeros, su personalidad se transformó en taciturna y reservada, y no tenía amigos.
Al graduarse, en 1977, intentó conseguir trabajo, pero durante doce años nunca pudo permanecer en ningún empleo por mucho tiempo. A esta inestabilidad laboral se sumaba una relación amorosa con una joven depresiva, que no ayudaba mucho a Joel para salir adelante.
joel-rifkin-youngEl gran golpe de su vida llegaría en febrero de 1987, cuando su padre, víctima de un cáncer, decide quitarse la vida. Esta situación lo trastornó. Meses después comienza a relacionarse con prostitutas, es detenido, pero el hecho no fue importante. Paralelamente comienza a interesarse por todo tipo de literatura relacionada con asesinos seriales. Su ya turbada mente se alimentaría con esas atrocidades criminales y es a partir de allí que comenzará a emular a sus héroes de papel. Entre 1989 y 1990, mata a dos prostitutas que jamás fueron encontradas ni identificadas, puesto que Rifkin las mató, descuartizó los cuerpos y arrojó los pedazos en los canales de Manhattan. Ataca nuevamente en 1991, esta vez la desafortunada es Barbara Jacobs, a quien estrangula y luego coloca en una bolsa de plástico y en una de cartón. Su cuerpo apareció flotando en el río Hudson el 14 de julio de ese año. El 23 de septiembre también aparece, en el East River, el cuerpo de otra prostituta, doblado y colocado en una caja. La misma suerte corrió Mary Ellen De Lúea, que trabajaba en las calles, y Lorraine Oviedo, que fue golpeada hasta la muerte y arrojada en Coney Island.
Rifkin no utilizaba siempre las mismas herramientas para ejecutar a sus víctimas: Jane Doe (una mujer no identificada) y Maryann Ho-lloman recibieron golpes mortales realizados con un recipiente de pintura. Tampoco desechaba los cuerpos de la misma manera y cuando estrangula a Iris Sánchez, en abril de 1992, la esconde debajo de un colchón y allí la encuentra la Policía. En mayo de ese mismo año atrapa a Anna López y arroja su cuerpo en el bosque de Brewster. Su próxima "presa" fue Jenny Soto, quien trató desesperadamente de defenderse y rasguñó la cara de su agresor, ante lo cual Rifkin le quebró el cuello. Tres meses después asesinó a Leah Evens y dejó su cuerpo en North-ampton.

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El fin de sus carrera asesina llegó durante la madrugada del 28 de junio de 1993. Rifkin manejaba una camioneta a gran velocidad y es interceptado por la Policía. Al acercarse a la parte posterior, los oficiales descubren un envoltorio de plástico, atado con cuerdas, largo y delgado, que contenía un cuerpo de mujer en estado de descomposición. Joel Rifkin ayudó a la identificación: era Tiffany Bresciani, una prostituta con quien había tenido sexo, según él, y que luego asesinó. Su intención era arrojar el cuerpo cerca del aeropuerto. Una vez arrestado confesó la autoría de 17 asesinatos. Con el permiso de su madre allanaron su cuarto y allí encontraron docenas de tarjetas de conducir, una cadena con sangre humana, asimismo, los vecinos aseguraron que era habitual que hubiera olores fétidos provenientes de la casa de los Rifki pero que normalmente eran atribuidos a los fertilizantes que Joel usaba en sus trabajos de jardinería. En realidad, eran de los cuerpos que el asesino muchas veces llevaba primero a su casa y luego tiraba. En la cárcel, Joel explicó al psiquiatra que tenía visiones, que sabía que moriría a los 64 años de edad, igual que su padre, y que cuando mató a la última víctima, esa era la última porque era la número 17, y él tenía 34 años, el doble. Su gusto por matar prostitutas se debía a que no quería que su padre estuviera sólo, entonces las mataba para que le hicieran compañía.
A pesar de declararse inocente fue sentenciado a 203 años de reclusión, condena que cumple en la prisión correccional de Attica, Nue York.





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