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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Hoy en Nuestros Relatos: En la ciudad fantasma

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Aquella era una ciudad fantasma. Atravesábamos en camioneta una zona devastada por un huracán hacía ya unos años, pero que debido a la magnitud del hecho todavía seguía desabitada.
Mi amigo Jeff me invitó a recorrer aquel lugar; un conocido de él llamado Stephen era nuestro guía.
Me asombró la gran extensión de la zona afectada, ahora abandonada a la naturaleza. Cuadras y cuadras de casas vacías. Ventanas rotas, puertas abiertas a interiores sombríos y malolientes, fachadas que comenzaban a resquebrajarse, eso era lo que se veía hacia donde se volteara. Y había algo más que creí que solamente era una impresión causada por el aspecto del lugar: aunque no veía a nadie igual me sentía observado.
Ya tenía ganas de irme de allí y estaba por decírselo a Jeff cuando, repentinamente en el tablero de la camioneta empezó a parpadear una luz roja.

- Es el motor -observó Stephen.
- No me diga que se está por descomponer -le dije.
- No, tal vez no, a veces los censores exageran. Seguramente nos da para salir de aquí.
- Eso espero -deseó Jeff-. Porque no creo que una grúa venga hasta aquí.
- No, no vienen, pero va a aguantar -afirmó Stephen, aunque no creo que estuviera convencido.

A esa hora el sol ya estaba muy bajo, y las sombras se extendían por las calles. 
Anduvimos unas cuadras más y la camioneta se detuvo. Nos bajamos y fuimos a revisar el motor, que apenas quedó al descubierto nos cubrió con un humo espantoso.


- Está liquidado -sentenció Stephen, evidentemente asombrado. Según él mantenía a su vehículo en perfecto estado, lo que me hizo pensar si aquello solo sería mala suerte.

Para empeorar el asunto, los celulares no tenían señal, algo que me resultó muy extraño. No quedaba otra cosa, debíamos caminar por aquel lugar inquietante.
Aunque apuramos el paso la noche nos atrapó cuando todavía estábamos en el corazón de aquella ciudad fantasma. La oscuridad se apoderó del lugar. Mis compañeros no estaban acostumbrados a la oscuridad, y los veía avanzar inclinados, tratando de distinguir lo que tenían por delante. Años de cacerías nocturnas (mayormente de animales cuya caza estaba prohibida) me habían dado una excelente visión nocturna, aunque hubiera preferido no tenerla, porque empecé a notar cosas que los otros no veían.  Algunas figuras humanas cruzaban delante de nosotros; otras estaban frente a las casas y se desplazaban de un lado para el otro, como alguien inquieto a punto de estallar. 

No dije nada porque era obvio que no eran personas, y temí que mis compañeros se echaran a correr.
Desde muy niño he escuchado historias y cuentos de terror, y en muchas se afirma que huir es peor, a no ser que puedas alejarte del lugar de influencia del fantasma o aparición, y nosotros nos encontrábamos en medio de aquella ciudad fantasma.
Me erizó la piel un fantasma que salió de pronto de la oscuridad de una casa y se abalanzó hacia nosotros como para atraparnos, pero se detuvo en último momento y retrocedió hacia la oscuridad de donde saliera. ¡La situación era insoportablemente terrorífica!
Repentinamente se encendió una luz a mi lado. Era Jeff con su celular, quería verificar si ya había señal. Entonces Jeff notó algo, y extendió el celular hacia un bulto, y a su lado caminaba la aparición de una mujer de rostro hinchado y pálido, una ahogada.  En ese momento le manoteé el celular y lo tomé del cuello de su abrigo.

- ¡No vayas a correr! -le dije-. Están por todos lados.

Stephen también vio a la aparición, y se echó a correr sin que pidiera detenerlo. Le gritamos pero fue inútil, y en el momento que alzamos la voz unas siluetas se acercaron a nosotros. Entonces sentí un impulso casi incontrolable de huir, pero por suerte no lo hice, y Jeff confió en mí. El resto de la caminata nos pareció interminable.
De Stephen no supimos más nada, desapareció en la ciudad fantasma, y cuando le avisamos a la policía no parecían sorprendidos.

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