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domingo, 20 de octubre de 2013

¿En el principio, una única especie?

El hallazgo de un cráneo de 1,8 millones de años en Dmanisi, Georgia, lleva a un grupo de investigadores a sugerir que todas las primeras especies del género Homo fueron la misma.
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El hallazgo de un extraño cráneo de 1,8 millones de años de antigüedad en Dmanisi, Georgia, puede transformar profundamente lo que creíamos saber sobre la evolución humana. Estos restos espectaculares, conocidos como Cráneo 5, se distinguen por combinar una pequeña caja craneal con grandes dientes y una mandíbula prominente, alargada y simiesca, rasgos que hasta ahora nunca habían sido observados juntos en un hombre primitivo. Además, no están solos. Junto a ellos han aparecido fósiles de otros cuatro individuos, supuestamente de la misma época, con características diferentes. Según sus descubridores, un equipo de paleontólogos de Georgia, Suiza, Israel y EE.UU., el conjunto indica que los libros de texto están equivocados, y que todos los primeros miembros de nuestro género Homo -bautizados como Homo habilis, Homo rudolfensis y Homo erectus, entre otros- pertenecían en realidad a una misma especie que salió de África. Sus diferencias solo eran de apariencia externa, igual que los seres humanos contemporáneos podemos tener un aspecto bastante distinto unos de otros… y todos somos sapiens. Las atrevidas conclusiones del trabajo, que la revista «Science» destaca en portada, no están exentas de polémica.
El fantástico Cráneo 5, el más completo jamás encontrado de un antiguo homo, es en sí mismo todo un enigma. Tiene una composición tan rara y única que «si hubiéramos encontrado la caja craneal y la cara separadas en diferentes lugares de África, los podríamos haber atribuido a diferentes especies», apunta Christoph Zollikofer, del Instituto y Museo de Antropología de Zúrich (Suiza), coautor del estudio. Para su colega Ian Tattersall, del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York, se trata de un «fósil icónico, uno de los más importantes jamás descubiertos».
La mandíbula alargada, seguramente patológica, se encontró cinco años antes que el cráneo, en el año 2000, pero cuando ambas partes se juntan forman una calavera admirablemente formada, que los investigadores creen que pertenecía a un macho. La caja craneal tiene 546 centímetros cúbicos (la de un ser humano moderno es de 1.350 cm cúbicos y la de un Australopithecus, 450), lo que sugiere que su propietario tenía un cerebro pequeño a pesar de las proporciones de sus miembros, parecidos a los nuestros. La primera vez que los científicos vieron el cráneo completo les pareció similar al de un Australopithecus, ya que es realmente «una cara muy primitiva», pero pronto se dieron cuenta de que tenía elementos claramente Homo.
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Por si el rompecabezas no fuera lo suficientemente complicado, junto al Cráneo 5 fueron descubiertos los restos (cráneos y esqueletos parciales) de otros cuatro primeros ancestros humanos del Pleistoceno temprano, poco después de que los primeros Homo divergieran del Australopithecus y se dispersaran fuera de África. Se trata de un macho mayor desdentado, otros dos machos adultos, una hembra joven y un adolescente de sexo desconocido. El grupo vivía cerca de un río y utilizaba toscas herramientas de piedra para matar y despedazar animales, incluso peligrosos carnívoros como tigres dientes de sable y leopardos gigantes extintos a los que se enfrentaban habitualmente. Las armas de caza y los restos de sus presas han aparecido junto a ellos en el yacimiento. Los individuos pudieron morir a la vez por asfixia debido, quizás, a las cenizas de una erupción volcánica que los obligó a penetrar al abrigo de una cueva, una de las hipótesis que baraja la ciencia. Por su parte, el geoarqueólogo Reid Ferring, de la Universidad de North Texas, en Denton, cree que lo esqueletos fueron depositados en un intervalo de tiempo de un par de siglos, como mucho. Después, la cueva se colapsó.
Los cinco de Dmanisi «parecen muy diferentes entre sí, por lo que era tentador anunciar que son especies distintas -explica Zollikofer-. Sin embargo, sabemos que vivieron en el mismo lugar y en el mismo tiempo geológico, por lo que podrían, en principio, representar la población de una única especie». Los investigadores creen que tienen entre sí las mismas variabilidades físicas que pueden encontrarse en diversos fósiles africanos tradicionalmente clasificados en tres especies diferentes (erectus, habilis y rudolfensis).
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Para el paleoantropólogo David Lordkipanidze, del Museo Nacional de Georgia en Tbilisi, «las diferencias entre estos fósiles de Dmanisi no son más pronunciadas que las que existen entre cinco humanos modernos o cinco chimpancés», según han podido comprobar tras analizar la forma de los cráneos con métodos de tecnología 3D. En lugar de varias especies de Homo ecológicamente especializadas, los autores creen que existió una sola -un único linaje capaz de hacer frente a una variedad de ecosistemas- surgida en el continente africano.
Pero, ¿cuál era esa especie? ¿Cómo podía llamarse? En un principio, la cuestión supuso un problema para el equipo. Mirando los rasgos particulares, la mandíbula superior del Cráneo 5 se parecía más al Homo habilis de Etiopía de hace 2,3 millones de años. Pero también compartía rasgos con el Homo erectus, como los grandes surcos de las cejas, así que se decidieron por bautizarlo como Homo erectus ergaster georgicus, que reconoce una forma local del Homo erectus. Sin embargo, el equipo, cauto a la hora de proponer un nombre, ha preferido quedarse con uno menos comprometido y mucho más ambiguo: el «Homo temprano».

Si los investigadores están en lo cierto, nuestro sistema de clasificación para estos primeros ancestros nunca podrá ser el mismo. «No importa cómo lo llames, este cráneo y los otros de Dmanisi son algunas de las mejores evidencias que tenemos de cómo, dónde, cuándo y por qué los humanos evolucionaron», afirma a «Science» el paleontólogo Fred Spoor, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania. Con seguridad, estos fósiles todavía tienen mucho que decir.

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