Luciano iba mirando el paisaje por la ventanilla de la camioneta. Ya estaban cerca del poblado y empezaron a pasar frente a las primeras casas. Una de las viviendas llamó la atención de Luciano. Era muy grande, de un estilo aparentemente gótico, aunque no parecía tan vieja, pero sí lucía muy descuidada, y todo indicaba que nadie la habitaba.
- ¿Y esa casa? -le preguntó Luciano a su tía; ella estaba a su lado, en el asiento de atrás. Quien conducía la camioneta era su tío.
- Esa casa, es la que aquí todos conocen como “la casa del Diablo” -le contestó la tía, y se santiguó, casi como un acto reflejo.
- ¿La casa del Diablo? ¿Por qué? -preguntó ahora Luciano, enderezándose hacia ella. El tío los miraba por el retrovisor y sonreía.
- Según escuché, la familia que vivía ahí (de esto hace mucho) practicaba rituales satánicos. Ahora la gente rumorea que está embrujada, o poseída, diría yo, y… dicen que cada tanto, cuando por las noches hay mucha “actividad” en la casa y se sienten ruidos, algunos vecinos le hacen una ofrenda (van de día, por supuesto, al atardecer a más tardar) y los ruidos paran por varias noches.
- Luciano, no dejes que tu tía te llene la cabeza con esas tonterías -intervino su tío.
- No son tonterías, todos lo dicen. Él fue el que preguntó.
La conversación terminó allí. Entraron al poblado y pronto llegaron a destino. Luciano iba a pasar unas semanas allí.
Como el lugar era muy pequeño enseguida se hizo de un montón de conocidos. Por las tardes iba al arroyo donde se bañaban familias enteras. Así, socializando, fue que consiguió que lo invitaran a un cumpleaños.
El cumpleaños se celebró en una vivienda que estaba bastante apartada del resto. Era noche desde hacía unas horas cuando Luciano volvía a pie por uno de los caminos. Súbitamente tomó conciencia de que iba a cruzar frente a la supuesta casa embrujada.
Como la noche era clara el caserón resaltaba en el paisaje. Unos árboles que estaban en el frente se agitaban moviendo sus sombras por la fachada de la construcción abandonada. Cuando una de las sombras descubrió momentáneamente la puerta del lugar, Luciano se estremeció de golpe, y siguió caminando con pasos rígidos, con ganas de echarse a correr. Al deslizarse la sombra vio una cabeza alargada hacia el frente que tenía cuernos.
Un sonido conocido lo hizo detenerse, y recordó lo que había visto, riendo nerviosamente después. El sonido era un balido de cabra. Volvió sobre sus pasos y miró bien. Era una cabra. El animal se encontraba atado con una cuerda muy corta a la perilla de la puerta.
Entonces recordó el asunto de las ofrendas. Como era un muchacho de mucha conciencia no iba a permitir que aquel pobre animal quedara allí.
El portón de rejas de la propiedad estaba entornado. Entró al patio y pasó al lado de los árboles que se mecían de un lado al otro. La cabra se asustó al verlo, pero tras hablarle calmadamente el animal confió. La desató y la cabra salió corriendo a los balidos. Al mirar al animal escapar, Luciano le dio la espalda a la puerta, y ni bien lo hizo escuchó con terror que esta empezaba a abrirse con un largo rechinido. No tuvo tiempo ni de gritar.
Por la mañana, un tipo de la zona vio a una cabra que andaba en el campo y quedó boquiabierto. Llamó a su esposa, y le dijo mirando al animal, señalándolo con un dedo:
- Esa es la cabra que le ofrecimos a la casa del Diablo, ¿no?
- ¡Por Dios! Es la misma, debe haberse escapado.
- Pero, si se escapó, ¿por qué anoche no hubo alboroto en la casa?
Autor Jorge Leal
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