Como ya conocemos, muchos lugares de nuestro mundo están impregnados de
fenómenos paranormales, maldiciones, o de sucesos que desafían todo tipo
de explicación racional. Casas, edificios, carreteras, incluso puentes
pueden convertirse en lugares embrujados, maldecidos, o mostrar una
cierta actividad sobrenatural. ¿Pero toda una isla podría estar
embrujada o maldecida? La respuesta a esta pregunta la encontramos en
una isla aparentemente idílica ubicada en el Pacífico Norte y conocida
por su belleza pintoresca, pero también como ser uno de los lugares más
malditos de toda la tierra.
Aunque es conocida comúnmente como Isla Palmyra, la realidad es que
se trata de un atolón, un anillo con formaciones de coral que crecen a
lo largo del borde de un antiguo volcán hundido. El Atolón Palmyra se
encuentra en el norte del Pacífico ecuatorial, situado a unos 1.000
kilómetros al sur de Hawái y aproximadamente entre las islas de Hawái y
Samoa Americana. Es un lugar remoto, sin habitantes, completamente
virgen y cubierto de vegetación muy densa. Todo el atolón mide sólo dos
kilómetros y medio de ancho y un kilómetro y medio de largo. El pequeño
atolón tiene una rica diversidad de vida silvestre, y es el hogar de un
próspero sistema vibrante, los arrecifes de coral.
Si leemos esto
podemos pensar que Palmyra es un lugar ideal para descansar y alejarse
de todo. Sin embargo, a pesar de toda su belleza, Palmyra también es un
lugar donde habita el mal, con una amplia variedad de eventos
sobrenaturales, extraños fenómenos, y sucesos inexplicables.
El atolón fue descubierto en 1798 por el capitán Edmond Fanning, quien se dirigía a Asia a bordo de su barco “Betsy”. Los
registros históricos cuentan que mientras se dirigía a Asia, el capitán
Fanning se despertó varias veces durante una noche debido a una extraña sensación de muerte inminente.
Perturbado por estas premoniciones, el capitán Fanning finalmente salió
a la cubierta, justo a tiempo para ver un peligroso arrecife, al que
logró evitar. El arrecife era el límite norte del Atolón de Palmyra.
Tras
el descubrimiento del atolón, Palmyra se ganó rápidamente una
reputación de ser un lugar extraño y aterrador. Todos los barcos que
pasaban cerca del atolón informaban sobre luces fantasmales que provenía
de la isla y que los mares que la rodean estaban infestados de
tiburones feroces y misteriosas criaturas marinas. Los arrecifes
peligrosos alrededor de Palmyra también eran conocidos por destruir
barcos.
Con toda esta
fenomenóloga que rodea al Atolón Palmyra no es de extrañar que abunden
innumerables historias que aterran incluso a los más escépticos. Uno de
esos casos ocurrió en 1870, cuando un barco americano llamado “Ángel”
impactó contra uno de los arrecifes de Palmyra. Al parecer un grupo de
sobrevivientes logró llegar a la orilla, pero nunca vivieron para
contarlo. Cuando otro barco hizo una breve parada en la isla, los
cuerpos de la tripulación del “Ángel” aparecieron esparcidos
por toda la playa. Todos habían sido violentamente asesinados, sin
embargo, las causas exactas y autor de los brutales asesinatos siguen
siendo desconocidos.
Aunque uno de los más famosos naufragios de Palmyra es el barco pirata español, “la Esperanza”, que se estrelló contra los arrecifes de la isla, mientras que transportaba grandes cantidades de oro y plata
saqueados de los Incas en Perú. Los sobrevivientes del naufragio
lograron cargar algunos de los tesoros en balsas y llegar a la
isla. Después de permanecer varados en Palmyra durante todo un año, los
demacrados sobrevivientes enterraron sus tesoros e hicieron un intento
desesperado por escapar con sus balsas. No se supo nada más de ellos. Sólo
hubo un único sobreviviente que logró ser rescatado por un barco
ballenero en el que murió de neumonía sin divulgar la ubicación del
botín. El tesoro escondido de la plata y el oro inca permanece en
Palmyra hasta nuestros días.
También hubo sobrevivientes de
naufragios que consiguieron llegar a la orilla en Palmira y que
escaparon con vida para contar sus aterradoras experiencias. Alguno de
ellos afirmaba que los bosques de Palmyra eran el hogar de bestias oscuras
que observaban desde los árboles y que los propios árboles parecían
susurrar algún tipo de dialecto desconocido. Pero el agua que rodea el
atolón no era menos aterrador. Se decía que toda la vida marina era
venenosa para comer, y había un asombroso número de tiburones altamente agresivos
que merodean las aguas. Muchos de los que sobrevivieron a los restos de
sus naves fueron devorados por los tiburones antes de que pudieran
llegar a tierra.
Un conocido navegante que pasó varias semanas en Palmyra afirmó lo siguiente:
“Había
algo definitivamente fuera de este lugar. Tuve la sensación de que no
pertenecía allí. Tuve la sensación inequívoca de que la isla no me
quería ahí, si eso tiene sentido. Me sentí de alguna manera amenazado, y
a medida que los días pasaban tuve la creciente sensación de que tenía
que salir de allí tan pronto como pudiera antes de que algo malo me
pasara.”
Además
de naufragios, Palmyra también se hizo famosa por los barcos que
desaparecían sin dejar rastro, buques que entraron en las aguas del
atolón y que nunca más se supo de ellos. Según los informes, en 1855 un
barco ballenero naufrago en los arrecifes traicioneros del atolón, pero
nunca se encontró ningún resto de la gran embarcación, como si hubiera
sido tragado por la propia isla.
Durante la Segunda Guerra Mundial,
Palmyra fue utilizado por los EE.UU. como una instalación naval y como
zona para las incursiones aéreas contra Japón. La Armada también utilizo
el atolón como estación de abastecimiento para las patrullas aéreas de
largo alcance y submarinos. Durante esos años en Palmyra, el personal de
la Armada afirmó ser testigos de los misteriosos poderes del atolón.
Muchos de los soldados que se encontraban allí dijeron que eran
superados por un sentimiento misterioso e irracional del miedo. Este
agudo sentido de temor inexplicable era a veces tan abrumador que
algunos militares solicitaban con urgencia salir de la isla. Otros eran
sucumbidos con arrebatos violentos repentinos, produciéndose gran
cantidad de peleas e incluso asesinatos. Sin embargo, otros soldados
acababan teniendo fuertes ataques de pánico que daban como resultado suicidios en extrañas circunstancias.
Además
de esta ola de violencia entre los hombres, también tuvieron lugar
otros extraños sucesos. En un caso, un avión de patrulla cayó sobre la
isla, dejando una estela de humo, ya que cayó del cielo. Un equipo de
rescate se abrió camino hacia donde había caído el avión, pero no
encontraron nada. De hecho, en una posterior búsqueda por toda la isla
tampoco apareció absolutamente ningún rastro del avión desaparecido o de
su tripulación. Uno de los oficiales al mando en ese momento dijo que
era “como si hubieran desparecido de la faz de la tierra”.
Después
de la Segunda Guerra Mundial, Palmyra permaneció deshabitada, pero los
extraños sucesos y experiencias inexplicables no disminuirán. Quizás el
incidente más infame que se ha producido en la isla es el misterioso y
espeluznante doble asesinato de 1974 de una pareja que visitó la
isla. Fue un caso que estuvo rodeado de extraños sucesos y que sigue sin
resolverse hasta hoy.
Hay
muchas teorías para explicar lo que realmente está pasando en el atolón
de Palmyra. Algunos dicen que quien visita la isla es perseguido por
las almas de los marineros naufragados en sus arrecifes. Otros piensan
que esta es una zona con una conexión a una dimensión paralela,
una membrana que nos separa de una realidad completamente
desconocida. Luego están los que dicen Palmyra es una entidad viva que
posee su propia voluntad oscura.
Hoy en día, no hay vida humana
conocida en Palmyra. Los residentes únicamente acompañan a los
científicos que recogen datos en el atolón. En su mayor parte, Palmyra
sigue siendo aparentemente tranquila, una bella isla paradisíaca
escondida del resto del mundo. Sin embargo, las apariencias engañan. Tal
vez es mejor que Palmyra permanezca deshabitada, ya que parece ser un
lugar peligroso que se encuentra en algún reino más allá de nuestra
comprensión y quizás incluso de nuestra realidad. Tal vez por eso un
navegante dijo lo siguiente: “Palmyra siempre pertenecerá a sí misma, nunca al hombre”.
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