José Zorrilla (1817-1893) fue una de las figuras más importantes del Romanticismo español. Su legado literario sólo puede ser definido como impresionante. De modo somero podemos destacar obras de la talla de Don Juan Tenorio, Margarita la tornera, Cada cual con su razón, El zapatero y el rey, El cristo de bronce o Traidor, inconfeso y mártir. Fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua, Cronista Oficial de Valladolid y, en su época, era considerado el poeta español por antonomasia.
Uno de nuestros más conocidos y preciados poetas y dramaturgos, José Zorrilla, no sólo se dedicó a deleitarnos con sus obras. Si no que además tuvo un gran interés por cuestiones esotéricas, escribía en estado de sonambulismo, tuvo experiencias precognitivas y hasta llegó a presenciar apariciones de espectros.
La capital castellana rinde homenaje a este ilustre intelectual, pues calles y plazas llevan su nombre. Recientemente, se ha “reinaugurado” el teatro que el mismo José Zorrilla estrenó con una de sus obras. Además, el ayuntamiento de Valladolid conserva con mimo su casa natal, hoy convertida en museo, donde tienen lugar sorprendentes fenómenos paranormales que han sido presenciados por los trabajadores del centro: luces que se encienden sin que nadie accione los interruptores; cajones y puertas que se abren, movidos por manos invisibles; objetos que se desplazan solos de su lugar ante la atónita mirada de los empleados de la casa-museo, quienes notan habitualmente la presencia de entes imperceptibles que los observan…
Según Paz Altés, responsable de publicaciones del ayuntamiento, los inexplicables sucesos comenzaron a manifestarse cuando se tomó la decisión de clausurar una de las estancias de la casa-museo, precisamente la habitación en la que Zorilla contempló una espectro cuando era un niño. “Se quitó ese cuarto del circuito de visitas porque estaba al final de un pasillo, y era incómodo para la gente acceder al mismo”.
Según Paz Altés, responsable de publicaciones del ayuntamiento, los inexplicables sucesos comenzaron a manifestarse cuando se tomó la decisión de clausurar una de las estancias de la casa-museo, precisamente la habitación en la que Zorilla contempló una espectro cuando era un niño. “Se quitó ese cuarto del circuito de visitas porque estaba al final de un pasillo, y era incómodo para la gente acceder al mismo”.
José Zorrilla, el inmortal autor de “Don Juan Tenorio”, nació en esta casa el 21 de febrero de 1817. Pasó en ella su infancia y a ella regresó en 1866. El ayuntamiento de Valladolid adquirió el inmueble en 1917 para convertirla en Casa-museo en la que recibir los enseres del poeta donados, entre otros, por su viuda y la biblioteca del ilustre “zorrillista” D. Narciso Alonso Cortés. En su interior, la Casa recrea a la perfección el ambiente romántico del siglo XIX.
Un hecho trascendental fue la declaración del inmueble en 1965 como bien de interés histórico-artístico, lo que permitió su apertura como museo en 1970.
Toda la nebulosa fantástica reflejada en la obra de Zorrilla tiene su origen en su más tierna infancia en Valladolid, cuando su peculiar sensibilidad poética y romántica fue asimilando viejas historias que después recreó a su manera. De ello dejó testimonios personales que, envueltos en un aura de misterio, comienzan en el mismo momento de su nacimiento.
Una leyenda de origen incierto cuenta que un pájaro de gran tamaño y con plumas de llamativos colores, se posó el 21 de febrero de 1817 en las tapias colindantes a la única casa levantada en la calle de la Ceniza (hoy calle Fray Luis de Granada), en el ámbito conocido desde antaño como “Barrio del Palacio”. La extraña aparición en aquella fría mañana, que se interpretó como un signo de buen augurio, vino a coincidir con el alumbramiento en la casa de un niño sietemesino por parte de doña Nicomedes Moral Revenga. Era esta una mujer muy piadosa, originaria de la población burgalesa de Quintanilla Somuñó, que estaba casada con don José Zorrilla Caballero, un relator de la Real Chancillería procedente de Torquemada (Palencia), habitando el matrimonio una casa alquilada al Marqués de Revilla, cuyo palacio era colindante a la vivienda.
Por vez primera, componentes religiosos y fantásticos fueron fusionados por el pequeño José una mañana de invierno en que la ciudad quedaba desdibujada por los efectos de una espesa niebla. Asomado el niño al balcón de la sala principal (ilustración 5), comenzó a escuchar en la calle el sonido de los cascos de un caballo al trote. Curioso por contemplar al caballero entre la bruma se aferró a los barrotes y esperó. Al momento tenía al jinete frente a él, pudiendo comprobar nada menos que el enorme caballo blanco no era otro que el que montaba San Martín en el relieve que remata el retablo de la iglesia con la escena en que el santo de Tours comparte su capa con un pobre. Pero más impactante fue identificar el rostro de aquel personaje que le sonreía: era el del diablo que tantas veces había visto pisoteado a los pies de San Miguel. Asombrado, no asustado, corrió por la casa relatando su visión a su ama Bibiana, a Dorotea la sirviente y a toda la familia. La peculiar experiencia fue el punto de partida para la construcción de su futura dramaturgia, siempre poblada de elementos fantásticos con participación sobrenatural.
La casa de Valladolid está distribuida en dos pisos con las salas principales en la planta noble. A ella se accede a través de una escalera que conduce a un distribuidor al que se abren la cocina, el salón principal y un gabinete, pero también, al fondo de un largo pasillo, una sala propia para invitados amueblada con una cama, un sillón y un arcón, una sala que habitualmente permanecía cerrada por su escasa ocupación. El uso restringido de aquella dependencia convertía el espacio del pasillo en lugar favorito para los juegos del niño.
Una tarde, a la hora de la siesta, cuando la casa permanecía sumida en el más profundo silencio, el niño observó la puerta de la alcoba entreabierta. Su curiosidad le hizo penetrar y allí encontró a una mujer de edad sentada junto a la ventana, entre una penumbra con luminosidad suficiente para comprobar de no se trataba ni de su madre ni de las sirvientes, por lo que se quedó parado junto a la puerta. Relata Zorrilla que la anciana esbozó una sonrisa y con la mano le hizo un gesto para que se acercara. Después, mientras le acariciaba la melena rizada la anciana le manifestó ser su abuela Nicolasa y tomándole las manos le pidió que le tuviera cariño. Al rato el niño se dirigió al comedor para contar a su madre que había visto a la abuelita, que salió con el niño al distribuidor con la idea de que su madre hubiera llegado de Burgos. Al no encontrar a nadie, su madre le preguntó dónde se encontraba y el niño señaló la alcoba, pero al penetrar comprobaron que se encontraba vacía. Informado el padre de que el pequeño José decía haber visto a la abuela paterna Nicolasa, con gesto severo decidió cerrar la habitación con llave y dio instrucciones para que así permaneciera, preocupado por las extravagancias de su hijo, ya que su madre Nicolasa había muerto antes de que éste naciera.
Un día que regresó a la casa paterna, estando con su padre revisando algunos recuerdos familiares, enseguida reconoció el retrato de su abuela Nicolasa , cuyo moño, encajes y falda recordaba perfectamente incluso en color. Extrañado el padre por aquella reacción, le preguntó cómo podía haber reconocido a una persona a la que jamás había visto, recordando el joven José a su padre la visión que tuvo en la casa de Valladolid, asegurando tener todavía aquella imagen grabada en su memoria.Zorrilla guardaría este recuerdo durante toda su vida y de alguna manera lo reflejó en sus escritos románticos en los que difuntos e imágenes religiosas cobran vida.
Pero como ya hemos dicho, muchos encuentran el mayor atractivo en la historia del fantasma de Nicolasa , cuya presencia es confirmada por los trabajadores de la casa-museo, que ya consideran a la abuela y sus travesuras como un integrante más del recinto, alentando un juego de misterio que lo convierte en una casa encantada en la que se producen supuestos fenómenos paranormales, como luces que se encienden y apagan por sí solas, cajones y puertas que se abren, espejos rotos y floreros que se mueven, eso sí, siempre considerando que se trata de un fantasma benigno.
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