¿Qué es realmente un estigma? Es una marca, una señal en forma de
lesión, surgida sin origen físico aparente, que imita cualquiera de las
heridas recibidas por Cristo durante su tortura.
Los más frecuentes e importantes por su profundo simbolismo –
fundamental para el Cristianismo – son las lesiones que reproducen las
cinco llagas, las perforaciones en pies y manos y la herida de
la lanza recibida en el costado. A la lista de estos estigmas por
antonomasia se añade el del hombro, que a menudo aparece herido, caído o
deformado, evocando así el peso de la cruz arrastrada
por Jesucristo en su camino al Gólgota.
La famosa estigmatizada
Louise Lateau portaba este estigma, cuyo efecto era tan intenso que
inutilizaba su brazo derecho. Aparecen asimismo estigmas sobre
la espalda, en forma de latigazos, reproduciendo la flagelación. El
padre Pío, entre otros, presentaba este estigma, como lo atestiguaban
diferentes fotografías de sus camisas. Otro estigma es el
que aparece sobre la frente, un conjunto de pequeñas lesiones, de
doce a quince generalmente, que reproducen las heridas provocadas por la
corona de espinas, como las que mostraba, en el siglo
XVI la parisina Sor Loise de Jesús; o Jeanne Boisseau, de cuya
frente brotaba sangre todos los viernes a las tres de la tarde, a raíz
de la Cuaresma de 1862. Cuando todas estas marcas se dan
simultáneamente, se habla de estigmatización completa, un hecho
raro, si es que se puede hablar de rareza cuando nos referimos a este
extraño fenómeno. Uno de los pocos “estigmatizados completos”
fue Catherine de Ricci, quien durante doce años, entre el jueves y
el viernes, presentaba las cinco llagas, la corona de espinas, los
azotes y el estigma del hombro. A estos estigmas se pueden
añadir otros mucho menos comunes, como heridas en las rodillas
conmemorando las caídas de Cristo, o representaciones simbólicas como
cruces, látigos e incluso letras o palabras. LA MARCA DE DIOS
San Francisco de Asís mostrando la herida de su costado. Esta
considerado como el primer estigmatizado de la historia. Francesco
Forgione, conocido como el padre Pío, fue un enigma viviente para
médicos y especialistas hasta su muerte en 1968. Ingresó a los
quince años en un monasterio y hacia el año 1915 sufrió una experiencia
que marcó su vida. Tuvo una visión de Cristo mientras se
encontraba arrodillado en un banco de la iglesia donde acababa de
decir misa. Difícilmente pudo explicar su vivencia: “Sentí como si me
fuera a morir… La visión se desvaneció y advertí que mis
manos, pies y costado estaban perforados y sangrando profusamente”.
Intentó ocultar sus heridas, pero fue inútil. Los responsables del
monasterio le pusieron bajo la tutela de diferentes
autoridades médicas que estudiaron de cerca las heridas. De modo
prácticamente unánime, reconocieron que éstas atravesaban completamente
sus manos, despedían un aroma agradable y ningún
tratamiento había sido útil para curarlas. No tenían explicación
alguna para el suceso. Además, el hermano Francesco sufría terribles
hipertermias, elevadas subidas de temperatura que hacían
romperse los termómetros clínicos. Diferentes manifestaciones
paranormales se producían en torno a su persona: bilocación, sanación,
don de profecía y una extraña capacidad para leer el
pensamiento ajeno. Uno de los informes médicos manifiesta el estupor
de los doctores: “He examinado al padre Pío en cinco ocasiones a lo
largo de quince meses y, aunque a veces he notado algunas
modificaciones en las lesiones, no he conseguido clasificarlas en
ningún orden clínico conocido… Creo que incluso se podría ver cualquier
objeto o leer un texto colocado al otro lado de su mano”.
Francesco Forgione, el padre Pío, constituye, tanto desde el punto
de vista místico como parapsicológico y médico, un misterio incómodo y
desconcertante para la ciencia. Pero no ha sido, ni es,
el único. San Francisco de Asís pasa por ser el primer estigmatizado
de la historia. En medio de una intensa visión, el santo contempló la
imagen de un serafín representando a Cristo crucificado.
Mientras lo extraño del hecho turbaba su corazón, empezaron a
aparecer en sus manos y pies las marcas de los clavos que poco antes
viera en el crucificado que había aparecido ante él. TRASPASADOS
POR LA LUZ Bien puede decirse que hay tantos tipos de estigmas como
estigmatizados. Existe, sin embargo, una característica común que marca
el comienzo de la estigmatización. Generalmente, el
afectado es un visionario y recibe sus heridas en el curso de un
éxtasis profundo en el que la luz se manifiesta como agente primordial.
El místico suele ser presa de un éxtasis intenso, durante
el cual contempla una figura radiante que representa a Cristo en la
cruz y de cuyas llagas parten rayos. La estigmatizada Marie-Julie
Jahenny relataba así su experiencia: “Nuestro Señor se me
apareció con sus cinco llagas resplandecientes. Había como un Sol en
torno a ellas. De cada llaga surgió un rayo luminoso que golpeó mis
manos, mis pies y mi costado. En el extremo de cada rayo
había una gota de sangre roja”. La experiencia es fulminante y
arrasa todos los contenidos de la conciencia. Como si parte de esa luz
hubiera quedado impresionada en las heridas, en algunos casos
los estigmas desprenden una extraña luminosidad, a veces con formas
iridiscentes, como afirman los testigos de la estigmatizada del siglo
XVII Jeanne-Marie Bonomo. Otra característica que
diferencia a los estigmas de las lesiones naturales es que las
heridas – que no sufren procesos de infección, pero tampoco pueden
curarse – sangran de forma cíclica, en mayor o menor medida y
según los casos, coincidiendo con fiestas religiosas asociadas a
Cristo o la Cruz. Es sobre todo el Viernes Santo cuando su actividad se
recrudece, como si algo o alguien, ya sea Dios o la mente
del místico, tratara de enfatizar el momento cumbre de la Pasión. La
propia sangre del estigmatizado no es menos sorprendente. A menudo,
como en el caso del padre Pío o de Jeanne de la Croix,
exhala agradables perfumes; en otros casos mantiene una elevada
temperatura y calienta los objetos que toca, o rompe las vasijas en las
que es introducida. Pero sin duda el fenómeno más
sorprendente y que ha dejado perplejos a los que han podido
observarlo es el de la sangre fluyendo en direcciones insólitas,
desafiando literalmente a las leyes de la gravedad y corriendo de la
misma forma en que lo haría si el estigmatizado estuviera
crucificado. Así se observó en Teresa Neumann. Pese a estar tendida
sobre su lecho, la sangre que manaba de las llagas de su pie corría
hacia los dedos en lugar de dirigirse hacia los talones, como si
realmente tuviera los pies sobre la cruz. Teresa Neumann aparece con
estigmas y chorros de sangre manando de sus ojos en una foto
tomada el Viernes Santo de 1953.
Este hecho resulta especialmente
desconcertante, pues el fenómeno se produce fuera del cuerpo del
estigmatizado y, por lo tanto, no hay mecanismo fisiológico
capaz de explicarlo. Pero, de hecho, ¿qué puede explicar los propios
estigmas? Para el creyente, se trata de un don concedido por Dios. El
estigmatizado pide, enfervorizado por la oración y la
meditación continua, sufrir los padecimientos de Cristo. Para la
Iglesia, el estigma es un “carisma”, una marca concedida a las personas
especialmente santas para estimular la fe de quienes les
contemplan y para servir de ayuda en el camino de autoperfección
moral y espiritual del asceta. Una tercera interpretación, a la que no
se adhieren los sectores más conservadores, es la propuesta
por el sacerdote Dom Alois Mager, según la cual los estigmas son
producto de la autosugestión provocada por un inusitado estado de
contemplación mística y fervor religioso. ¿Gracia divina?
¿Enfermedad? ¿Fenómeno parapsicológico? El misterio de los
estigmatizados está muy lejos de quedar resuelto. Sin embargo, eso
importa poco a los millones de personas que peregrinan a la iglesia
de San Giovanni Rotondo para venerar al padre Pío, el más asombroso
estigmatizado y místico de nuestro siglo.
http://mparalelos.jimdo.com
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