Uno de los obreros fue a abrir la puerta con la llave, pero Alejandro lo apartó y dijo:
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.
- Deja, que yo la voy a abrir. Siempre quise hacer esto -y abrió la puerta de una enérgica patada hacia atrás.
- ¡Alejandro el demoledor! -victoreó uno de sus compañeros. Ese era su apodo y su oficio. La compañía para la que trabajaba iba a demoler aquella casa.
Entraron y miraron en derredor. Antes de demoler la casa con maquinaria pesada, debían quitar de su interior todo lo que pudiera tener valor. Generalmente sólo podían hacerse de la instalación eléctrica, de las aberturas, algunas losas de los baños; mas la casa en cuestión estaba completamente amueblada, lo que era extraño.
- No se llevaron nada, y los muebles parecen antiguos -observó uno de los compañeros de Alejandro, mientras tocaba uno de los muebles.
- Estos ricos se dan el lujo de abandonar cosas así -dijo Alejandro-. Bueno, vamos a ver cómo cargamos estos armatostes.
- ¡Pero que cosa más horrible…! -exclamó de pronto uno de los presentes. Todos se volvieron hacia él. Estaba mirando un gran armario, y en su interior, tras un vidrio, había una muñeca antigua que tenía una expresión aterradora en la cara, mezcla de mirada maligna y sonrisa aterradora.
- ¡Válgame Dios! Que muñeca más fea -opinó Alejandro, y empezó a bromear-. Era de la hija de Drácula. No, tal vez antes las usaban para curar el hipo ¡Jaja…! En las cosas que gastan los ricos, no se puede creer. Miren sus ojos, son… ¡Los movió!
Cuando Alejandro dijo eso, los otros, que reían ruidosamente, callaron de golpe y se apartaron: todos habían visto lo mismo. Permanecieron en silencio un momento, mirando fijamente a la horripilante cara de la muñeca, hasta que Alejandro dijo:
- No pasa nada. Sus ojos deben ser como unas canicas, se deben mover fácilmente. Tal vez fue por nuestras pisadas… o se aflojaron justo ahora por la humedad o algo así. Que alguien traiga una bolsa, o una caja. La metemos ahí y después la llevamos, que probablemente valga algo, si los que vivían aquí la tenían…
Uno de los obreros apareció luego con un saco de tela. Alejandro tuvo que forzar el armario, pues estaba cerrado. Cuando agarró a la muñeca resultó que ésta era más pesada de lo que creía. La metió en el saco y la dejó en un rincón; cuando cargaran las otras cosas la pondrían arriba. Mientras hacía eso sus compañeros lo observaban con atención: la muñeca los había impresionado profundamente, pues al mover los ojos su mirada maligna había pasado por la de todos, aunque fue por un momento muy breve.
Estaban cargando los muebles cuando una voz espeluznante, agria, profunda y aguda a la vez, gritó desde otra habitación:
- ¡Los voy a visitar una noche, cuando estén dormidos, aunque van a saber que estoy ahí, parada al lado de su cama, pero no van a poder hacer nada, no podrán moverse! ¡Jijiji…!
Y la voz calló de pronto, dejando a todos mudos de terror. Después se escuchó unos pasitos que se alejaban apresuradamente. Alejandro miró hacia el saco, éste estaba vacío. Cuando el terror los soltó un poco se atrevieron a recorrer la casa, pero la muñeca ya no estaba.