Fue una de las más conocidas viudas
negras de la historia del crimen por su espectacular proceso, que,
seguido por todo el pueblo como si se tratase de un culebrón judicial,
duró casi diez años y terminó de manera impredecible...
Marie Josephine Philippine Davaillaud, más conocida como Marie Besnard, nació en Francia el 15 de agosto de 1896.
Esta mujer, fue acusada el 21 de julio
de 1949 por doce asesinatos con arsénico, entre ellos el de su marido
Aguste Antigny. Empezó a levantar sospechas de cara a las autoridades
francesas cuando comenzó a heredar importantes cantidades de dinero de
distintas personas de su entorno que iban falleciendo misteriosamente en
el pueblo de Loudun.
Su vestimenta negra y sus malas maneras
reforzaron su mala fama entre los vecinos, quienes la tenían por una
mujer misteriosa, fría y cruel, capaz de haber asesinado a toda su
familia.
Sospechando que las muertes se habían
producido de manera extraña, la policía local dio orden que fuesen
exhumados todos los cadáveres de los parientes de Marie en los
cementerios de Angles-sur-Anglin y en Trois-Moutiers.
A principios de 1950, tanto jueces como
expertos presentaron las mismas conclusiones: en doce de los cadáveres
examinados se encontró suficiente arsénico para considerar la causa de
muerte como envenenamiento. Los cuerpos pertenecían a su primer marido, a
su tía, su abuela, su suegro, su suegra, su cuñada, su padre, su madre,
dos primas, un vecino y una vecina.
A pesar de las graves acusaciones, Marie
Besnard nunca se imputó las muertes y siempre hasta el final se declaró
inocente de todas las acusaciones. Finalmente consiguió ser absuelta
gracias a su constancia y a su equipo de abogados, que sin flaquear lo
más mínimo, sacaron puntilla a todos los fallos del caso y sacándolos a
la luz pública lograron enfrentar a los acusadores y a los consejeros de
estos.
Durante el proceso acusatorio, casi
todos los testimonios estaban fundados en rumores o confidencias
inciertas. Todo el pueblo de Loudun parecía conocer lo ocurrido. Había
cantidad de cuchicheos, murmullos y secreteos, pero finalmente todo
aquel testigo que decía saber algo, al día siguiente se retractaba de lo
dicho.
Tampoco estaba muy claro el tema del
arsénico. En todos los cuerpos exhumados se habían hallado cantidades de
este veneno de entre 18 a 60 miligramos. Sin embargo, en el momento de
las muertes ningún médico había diagnosticado un solo fallecimiento por
envenenamiento, sino que se habían atribuido esas muertes a las más
diversas enfermedades, como tuberculosis, etc. En la lista había
aparecido incluso una expiración por ahorcamiento.
Cuando fueron expuestos a la acusada los
análisis científicos de los resultados, que a ojos de todos la
condenaban, respondió que no entendía nada de eso que le contaban y que
estaba muy enfadada porque no le permitían volver a hacer otras nuevas
autopsias a los cadáveres.
Mientras los distintos toxicólogos se
turnaban para desvelar sus descubrimientos, ella decía que eso eran
tonterías, que no sabían nada de nadie, que nadie mejor que ella para
saber como habían muerto sus pobres difuntos:
"Son mis queridos desaparecidos, nadie
reza tanto por ellos como yo, y nadie les ha cuidado tanto como yo
cuando estaban con vida. Yo no necesito ninguna herencia y nunca la he
necesitado".
Marie era toda una experta en evitar
trampas y en poner vocecilla inocente al responder a las preguntas. Los
psiquiatras encargados de diagnosticarla, la tratan de "mujer
anormalmente normal". "Es hábil, fría, hipócrita y lúcida. Sus
propósitos han sido premeditados, ha consumado lo que había estado
planeando, el matar a esas personas, ocultando y disimulando cualquier
indicio que hubiese llevado a que se sospechase de ella", opinaron.
El caso se convirtió en un culebrón mientras Marie estaba detenida en su celda de La Pierre-Levée, la prisión de Poitiers.
A veces se sentía abatida. A sus pocos
visitantes les confesaba: "Es horrible el soportar una prueba como esta.
Menos mal que mi fe y mi creencia en Dios me sostienen. Y decir que han
cortado en trocitos a mi pobre marido y a todos los demás..."
Los acusadores esperaban en vano una
confesión de los hechos, o por lo menos algún indicio de lo que pudiese
parecer una confesión. A falta de confidencias, en el juicio se
presentaron los análisis de M. Béroud, toxicólogo marsellés de buen
renombre.
Las conclusiones de los informes de
Béroud estaban en los periódicos locales, circulaban en los cafés y
aumentaban las discusiones sobre el caso de la Señora Besnard. A pesar
de todo, todo se quedaba en esta reflexión: un buen informe no valdrá
nunca lo que un buen testimonio.
La policía, sin que el juez de
instrucción ordenase lo contrario, optó por introducir en la celda de
Marie algunas personas infiltradas con la intención de ganarse la
confianza de la dama, e incluso se procedió a contarle falsos
testimonios de testigos inexistentes para arrancarle alguna confesión
que la relacionase con la envenenadora que todos esperaban.
Estos métodos, lejos de inculparla, serían los medios para hacer bascular la opinión pública a su favor...
Cuando comenzó el juicio, el 20 de
febrero de 1952, estas irregularidades todavía no eran sabidas por la
opinión pública, pero en seis días todo basculó y los actuaciones poco
éticas de la policía salieron a la luz.
Además, el examen del toxicólogo Béroud
fue destrozado por una audaz defensa de la supuesta asesina. Al parecer,
los restos que éste examinó fueron etiquetados con falta de rigurosidad
absoluta. Las dosis de arsénico que mencionaba en su informe medida en
miligramos, se encontraba definida en gramos en la página siguiente.
Ese día todo el mundo empezó a pensar
que se estaba abusando un poco de la pobre señora con mantilla negra que
sollozaba en silencio en el banco de acusados.
Finalmente, después de tres
aplazamientos, termina el complicado juicio y Marie, en libertad desde
1954 fue absuelta el 12 de diciembre de 1961 por falta de pruebas.
Murió el 14 de febrero de 1980 con ochenta y ocho años, después de dar su cuerpo a la ciencia.
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