Desde el rancho Santa Elena, en la
ciudad fronteriza de Matamoros, México, Adolfo de Jesús Constanzo y su
banda transportaban semanalmente una tonelada de marihuana al país
vecino... pero el lugar no era sólo un centro de distribución de drogas.
En 1989 fueron acusados de asesinar a más de una docena de personas
durante unos rituales de Palo Mayombe, un culto afroamericano.
Los "narcosatánicos" habían convertido
el rancho en una verdadera casa de los horrores. El 9 de abril de 1989,
la Policía mexicana detiene en un rutinario control la camioneta que
conducía David Serna Valdez, de veintidós años, en ella se encuentran
restos de marihuana y una pistola de calibre 38, por lo que el joven
conductor es detenido. Tras unas horas de interrogatorio confiesa que
pertenecía a una secta de "magia negra" y que utilizaban el rancho para
realizar sus sacrificios rituales con seres humanos, además del
narcotráfico.
Estas sorprendentes confesiones obligan a
la Policía a registrar el rancho, hallando allí otros ciento diez kilos
de marihuana... y algo macabro: un caldero de hierro de hedor
pestilente que contenía sangre seca, un cerebro humano, colillas de
cigarros, 40 botellas vacías de aguardiente, machetes, ajos y una
tortuga asada. Alrededor de la casa, una fosa común con doce cadáveres
descuartizados, a los que les habían extirpado el corazón y el cerebro
en algún extraño ritual.
Entre ellos se hallaba el cuerpo de Mark
Kilroy, un estudiante de medicina desaparecido en marzo de 1989 al que
habían amputado las dos piernas y extirpado el cerebro, y con parte de
cuya columna vertebral el líder del grupo se había fabricado un alfiler
de corbata que le servía de amuleto.
Los agentes de la policía judicial
detienen a un grupo de personas implicadas, quienes confiesan haber
matado a esos individuos por orden del Padrino Adolfo de Jesús
Constanzo, de veintisiete años de edad e hijo de un americano y una
cubana practicante de la Santería y Palo Mayombe, en cuyas artes mágicas
había sido iniciado desde que tenía tres años.
En 1980, Constanzo comienza a vender sus
servicios como mayombero en Miami, trasladándose posteriormente a
México, donde tiene un gran éxito con sus trabajos de magia negra. Su
excelente reputación entre las altas esferas le sería debida a los
poderes mágicos que le eran atribuidos, al misterio que continuamente le
rodeaba y a su carismática personalidad.
Los rituales de purificación o limpias
(ceremonias para limpiar malas energías negativas) y de protección, le
proporcionan de ocho mil a cuarenta mil dólares entre sus clientes, la
mayoría, importantes personalidades americanas.
Ávido por obtener más poder comienza a
efectuar sacrificios en sus rituales, para dar mayor sensacionalismo y
espectáculo, siempre ayudado por una joven divorciada que se convertiría
en su musa y amante, la estudiante norteamericana de veinticuatro años,
Sara Villarreal Aldrete.
Sara se convierte en gran sacerdotisa
del culto y participa activamente en todas las sangrientas ceremonias,
además de reclutar a nuevos miembros y explicarles las actividades de la
secta.
Adolfo
convence a los demás adeptos que serán completamente invulnerables a
las balas y que tendrán el poder de hacerse invisibles si siguen al pie
de la letra sus instrucciones: confeccionar una ganga o caldero mágico
con unos ingredientes especiales, además de secretos, en los ritos de
Palo Mayombe, como son la sangre y algunos miembros humanos mutilados,
preferentemente cerebros de criminales o locos, a ser posible de hombres
de raza blanca, pues supuestamente éstos son más influenciables por el
verdugo (para el asesino la tortura a la víctima es un factor muy
importante, pues el alma de la víctima debe aprender a temer a su
verdugo toda la eternidad con el fin de hallarse para siempre sujeta a
él).
El rito termina cuando los participantes
beben la sopa del caldero formada con la sangre de la víctima, su
cerebro y los demás elementos que completan la siniestra ganga... lo
cual les dará todo el poder que los criminales deseen.
Los detenidos revelaron además la
existencia de otras sedes del grupo en otras ciudades mexicanas, en las
que se descubrieron más delegaciones y sucedieron una serie de
aprehensiones.
A partir de ese momento, más de
trescientos policías participan activamente en la búsqueda de Constanzo y
sus seguidores más próximos: Sara Aldrete, Alvaro de León Valdez, Omar
Francisco Orea y Martín Quintana, quienes emprenden una huída durante
tres semanas por todo México.
Constanzo intenta negociar con las
autoridades mexicanas amenazando con revelar todos los nombres de los
personajes conocidos que participan en su culto, pero esto pesa poco
comparado con la atrocidad de sus crímenes y la policía se muestra
intransigente. Dichas negociaciones se mantuvieron en secreto durante
mucho tiempo, por lo que más tarde saldría a la luz pública: que
numerosos policías habrían estado implicados en la secta.
Sintiendo que el fin de sus crímenes
estaba cerca, Adolfo y sus cómplices se refugian en una mansión de las
más lujosas del Obispado de Monterrey, protegida con un circuito cerrado
con seis cámaras que vigilaban el jardín y accesos a la vivienda.
Mientras éstos eran perseguidos, las
detenciones en distintas ciudades con narcosatánicos se multiplicaban.
Finalmente, el 6 de mayo son descubiertos en el Distrito Federal por
algunos agentes de la Policía Judicial que se hallaban registrando la
zona y, sintiéndose acorralados, los cómplices del Padrino comienzan a
dispararles desde la ventana de un edificio ubicado en la calle Río Sena
de la Ciudad de México.
Al momento se presentan varias patrullas
de refuerzo que pueden acercarse y llegar hasta el cuarto piso, desde
donde disparaban. Dentro se encontraban Constanzo y los demás, quienes
habían hecho un pacto de suicidio mutuo si no lograban deshacerse de los
policías.
Al ver Constanzo la gran cantidad de
agentes que les rodeaban y ganaban terreno a cada paso, desesperado,
ordena a su compañero Valdez que le dispare con una ametralladora que le
tiende, y Quintana, fiel a su líder decide suicidarse con él. Ambos se
meten en un armario ordenando disparar a Valdez. Instantes después son
detenidos sólo tres supervivientes, contabilizándose unos quince
seguidores fieles de estos sangrientos cultos.
Según
las aterradoras declaraciones de Sara a la Policía, desde que conoció a
Constanzo mantuvo una doble vida comportándose como una chica normal
con sus amigos y familia, y como una fría asesina por otro.
Ella misma llegó a torturar a algunas
víctimas, entre ellas Gilbert Sosa, un traficante de drogas. Delante de
los demás miembros del culto ordenó que se le colgase del cuello, con
las manos libres para que pudiese sobrevivir agarrándose a la cuerda.
Luego lo sumergió en un barril de agua hirviendo, mientras le arrancaba
los pezones con unas tijeras.
Confesaría además otros crímenes
brutales, como en el que uno de los miembros de la secta mantiene a la
víctima con vida después de haberle cortado el pene, las piernas y los
dedos de las manos. Le abre el pecho de un machetazo y le agarra el
corazón sin desprenderlo, lo muerde a dentelladas mientras el moribundo
lo mira agonizante.
Más tarde negaría su participación en
los desquiciados rituales, asegurando que el Padrino la retuvo contra su
voluntad al haberse descubierto la matanza de Matamoros.
En la actualidad Sara Aldrete Villarreal
purga una pena de cincuenta años por homicidio, sin siquiera saber que
su historia inspiró la película "Perdita Durango" de Alex de la Iglesia.
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